Licenciada en Bellas Artes; presentará en el Valey de Piedras Blancas «Paisaje cultural sumergido. Argusino 2010»

Elisa CAMPO

El Valey Centro Cultural de Piedras Blancas, que se inaugurará el día 28 de este mes, viste con «Rastros e indicios» su apertura para suscitar una reflexión sobre el territorio, la memoria, la identidad y el valor cultural de los sitios industriales. Y lo hace de la mano de cuatro artistas vinculados a la región que llenan de contenido esta exposición producida por y para el Valey en colaboración con el centro de arte La Laboral. El comisario Benjamín Weil reunió a Nicolás Combarro, Bárbara Fluxá, Víctor Esther García y Ángel de la Rubia para explorar las consecuencias de la revolución industrial en Asturias.

LA NUEVA ESPAÑA inicia con Bárbara Fluxá (Madrid, 1974) una serie de conversaciones previas a esta inauguración. Esta licenciada en Bellas Artes, que investiga sobre la interconexión entre arte, arqueología y paisaje, presentará en Piedras Blancas una instalación audiovisual con el título «Paisaje cultural sumergido. Argusino, 2010». Hija de asturiana, y madre de asturiano, afirma la artista que su relación con Asturias ha estado siempre muy presente en su obra.

-Es un lugar donde tengo mi estudio y a donde acudo siempre que puedo, vivo entre Madrid y Asturias. Aunque nacida en Madrid, estoy muy vinculada emocionalmente a Asturias. El territorio me atrae mucho y la obra muchas veces está vinculada. Siempre me interesó la relación con la Naturaleza.

-Y de la Naturaleza surgen los materiales para sus obras.

-Empecé fotografiando y tomando vídeos del entorno más inmediato familiar, a donde yo acudía, y ahí poquito a poco fui extrayendo cosas más universales. El paisaje asturiano es una excusa para hablar de cualquier otro lugar. La pieza que presento en esta exposición no es de un territorio asturiano, aunque podría serlo. Cada uno parte de lo que más siente, de la vinculación más inmediata para extrapolarla.

-¿Cómo empezó a trabajar en el proyecto de «Rastros e Indicios»?

-Benjamín conocía el proyecto que yo estaba desarrollando en Zamora, le había comentado el proceso de desarrollo de la obra, y a él se le ocurrió introducir esta pieza en la exposición porque la veía muy vinculada a memoria y territorio. El proyecto fue becado por las ayudas de creación y fomento de Matadero Madrid y he terminado de desarrollarla gracias a la ayuda del Ayuntamiento de Castrillón.

-Eso suena a un largo trabajo.

-Casi dos años de trabajo. Técnicamente es un proyecto muy complejo, se trata de sacar imágenes de un pueblo sumergido por la construcción de un embalse en Zamora. La técnica es sonometría y batimetría, son técnicas que utilizan el sonido para captar los volúmenes que hay debajo del agua, como ecografía en 3D. Digamos que no se puede hacer foto ni vídeo submarino en un embalse a 50 metros de profundidad, que es donde está este pueblo, y estas técnicas permiten captar lo que hay bajo el agua sin necesidad de sumergirse. El embalse es el de La Almendra, en Zamora. El pueblo, Argusino.

-¿Por qué un pueblo bajo un embalse?

-Con el paso de los años vas definiendo una línea muy clara de actuación, sin estar premeditada la vas haciendo. Hace 10 años inicié el proyecto de reconstrucción de cultura material cogiendo pequeños objetos abandonados de la ribera del Nalón. Empecé con tapones de botellas, ahora es algo mucho más complejo: un pueblo entero. De lo que se trata es de hacer reflexionar sobre el territorio sobre el punto de vista de construcción cultural. Que aunque creamos que el paisaje, por ser naturaleza no está tocado por la mano del hombre, resulta que es todo lo contrario. Pero mi intención es desde el punto de vista positivo, no del de crítica a la industria o a la ingeniería, sino desde el punto de vista del desarrollo y el avance industrial que nos permite tener electricidad, agua? Esto tiene sus consecuencias, pero una vez asociada la parte traumática de abandono de un pueblo tenemos un paisaje cultural diferente que se rentabiliza y se asume como algo positivo. Es como este embalse. Es industria turística, a nivel paisajístico? Mirar un embalse y ver debajo un pueblo, eso no es crítica ecologista sino aceptación del desarrollo cultural.

-Vamos, que no se trata de rasgarse las vestiduras por lo que el hombre ha hecho con el paisaje.

-No hay que ser hipócritas. Es evidente que hay un impacto en todas esas actuaciones, hay centenares de historias de pueblos abandonados. Y creo que hay un caso parecido, que estoy por investigar, en el salto de Grandas de Salime. De alguna manera Benjamín veía que el embalse de Zamora ejemplifica cómo mirar al paisaje. Da igual que sea en Asturias o Zamora? Son construcciones tan potentes por envergadura que es cuando se evidencia más claro el tema de la construcción del paisaje. La construcción de una presa hace muy evidente la capacidad del hombre de transformar el paisaje y de hacernos ver que no existe ya la naturaleza inmaculada del siglo XIX. El concepto de territorio, de frontera, lo que nos ha cambiado a nivel sensorial el tema de las nuevas tecnologías, nuestra concepción del tiempo y del espacio son completamente diferentes. Son los cambios que hay que extrapolar a nuestra idea de naturaleza, con una postura moderna, no retrógrada. Ahí es donde yo no acepto el punto de vista ecologista, hipócrita, ya que sin transformación no podríamos seguir existiendo.

-¿Cómo se conectan las distintas visiones creativas reunidas en «Rastros e indicios»?

-Tenemos el punto en común de mirar la industria como cultura contemporánea. La arqueología industrial en España todavía está muy en pañales, pero en el resto de Europa es una cosa básica. Es parte de esa hipocresía de pensar el territorio como naturaleza inmaculada. Si una pieza industrial forma parte del paisaje y es cultura tenemos que tratarla como si fuera un teatro griego. Una industria de Avilés, aparte de tratarla como patrimonio, tiene que pasar a formar parte de nuestra historia, se debe de aceptar como tal. La visión de algo sucio y que destruye es pueril.

-Pues en Avilés, precisamente, ya quedan pocos restos del pasado industrial de Ensidesa.

-Va en esa línea. Eso en Alemania no pasa, se acepta que el patrimonio industrial y tiene un valor impresionante. Habrá arquitecturas industriales que, como cualquier otro edificio, no valgan nada y otras serán una maravilla. Eso a nivel de patrimonio artístico. Pero luego está todo el tema social, económico y cultural que genera la existencia de una industria en un territorio concreto, cómo se modifican los hábitos de la gente que trabaja en ella y la gente que le rodea. Cómo modifica una mina la cultura asturiana. Mi mirada hacia lo que se construye en el territorio es siempre la de darle el valor que tiene. No podemos olvidar los lugares y destruir sistemáticamente todo lo que no se usa, porque estamos destruyendo nuestra historia. Me interesaba la recuperación de la memoria histórica como parte de la historia.

-¿Conoce el Valey?

-Fui a verlo en julio, cuando aún estaba en fase de construcción. Me parece una institución muy prometedora, con muchísimas posibilidades. Es muy ilusionante también porque, por la parte profesional que me une a Asturias, siempre me dio mucha pena lo abandonada que está la región en temas culturales, hay muy poco aunque también es verdad que está muy despoblada. La diferencia con Galicia, por ejemplo, es espectacular. Te vas de Oviedo o de Gijón y prácticamente no hay nada. Me parece estupenda la oportunidad que ofrece el Valey.