Contemplaba la imponente manifestación de un millón de egipcios en la ya famosa plaza de Tahrir, enfervorizados después de las plegarias islámicas del viernes y por esos extraños comportamientos del pensamiento me vino el recuerdo de vivencias intimistas que, con perdón, me atrevo a contar.

Allá por los años 60, gracias a un amigo, tuve ocasión de hacer un viaje a Rotterdam en un endiablado barco que se llamaba «Miguel Fleta», que desde los muelles de San Juan de Nieva me llevó a esa espléndida ciudad, el primer puerto de Europa, en una travesía donde el movimiento de cuchareo en el Canal del Norte puso a prueba mis condiciones marineras y la de toda la tripulación.

Dos días y medio de estancia en Rotterdam fueron suficientes para asombrarme de esa ciudad que parece diseñada por un ordenador gigante, pero que a pesar de la obsesión urbanística ha dejado flotar el espíritu reformador del gran Erasmo. Rotterdam era en aquellos años un gran ejemplo de la Europa de siempre, racionalista, mantenedora de sus raíces cristianas y reformistas.

Han pasado muchos años, demasiados , y mi nuevo encuentro con Rotterdam me hunde en la preocupación. Un ingeniero holandés de RBB, que conoce Asturias, me cuenta los cambios que ha experimentado su ciudad en los últimos años. Dice que hay barrios enteros que sitúan al visitante en el Medio Oriente, que en Rotterdam está la mezquita más grande de Europa, que en los espectáculos y tribunales se aplica la ley islámica, la «sharia», y que el alcalde es musulmán.

El multiculturalismo se ha apropiado del vacío dejado por la descristianización y el islamismo ha vuelto a traer la religión, otra, al centro de la vida social, ayudado por una izquierda y una elite anticristiana que ha perdido por completo el norte.

Damos un paseo por la «casbah» de Rotterdam, el barrio de Feyenoord y es evidente el tremendo cambio cultural, abundan los «cafés-casbah», las tiendas de alimentos marroquíes, los carteles de propaganda de Hamás, los chador y las normas que indican la separación de sexos en teatros, piscinas y las condenas a homosexuales. Sobre esto último los mandatos de las mezquitas no pueden ser más expresivos. El imán Khalil al Moumi ha publicado un libro en el que explica que a los homosexuales se les debe arrancar la cabeza y «hacerla colgar del edificio más alto de la ciudad». Mi guía me informa de que se está llegando a unos niveles de auténtica locura y pone como ejemplo las declaraciones de Bouchra Ismaili, concejal de Rotterdam. «Escuchen bien, locos, estamos aquí para quedarnos. Ustedes son los extranjeros, con Alá a mi lado no temo a nada, conviértanse al Islam y encontraréis la paz».

Parece como si se hubiese entrado en un proceso de «autoislamización», por la pérdida de identidad de Europa, por su falta de espíritu, a la par que aumentan los inmigrantes de fe islámica. La izquierda radical tiene alguna responsabilidad en el desplazamiento de valores. Desde ella se ha dicho que el Islam es la vanguardia de la lucha de los pobres y marginados. Efectivamente el Islam es una religión de profundo contenido social en el que la solidaridad con el necesitado es una obligación religiosa y moral. Pero no es este islamismo el que maneja Osama Bin Landen y los salafistas, sino el islamismo agresivo, el yihadismo como desafío a Occidente.

Las revueltas en Egipto, Túnez, Yemen, Jordania, Libia, Argelia y pronto en Marruecos siguen teniendo un trasfondo confuso, donde se mezcla la protesta civil contra los abusos de sus respectivos sátrapas, el radicalismo religioso y la crítica a Europa y los Estados Unidos por el amparo que les dieron durante años. Democracia y derechos humanos se concilian muy mal con la teocracia musulmana y la guerra santa contra los infieles.

En 1964, Rotterdam además de a tulipanes, olía a cerveza. Hoy, convertida en la capital de «Eurabia» al ser la más islamizada de Europa, en Holanda hay dos millones de musulmanes y el sabroso cuscús y la menta impregnan sus barrios.

La xenofobia es tan condenable como los propósitos de quienes desean cambiar la estructura del país que los acoge.