Amaya P. GIÓN

«Me voy porque me toca, sin pena ni alegría, consciente de que un ciclo ha llegado a su fin. Empecé en esto hace casi 44 años y parece que fue ayer». A José Manuel Avello Fuertes (Oviedo, 1941) le ha llegado la jubilación forzosa sin darse cuenta. El secretario del Juzgado de lo Penal número 2 presentará mañana el cese en su cargo. A sus 70 años, Avello es toda una autoridad dentro de la familia judicial avilesina. Recaló en la ciudad en 1968 tras pasar por los juzgados de Cangas de Onís, San Martín del Rey Aurelio, Miranda de Ebro (Burgos), Fregenal de la Sierra (Badajoz) y Gijón. Dice que se va con «la tranquilidad de haber cumplido» y con el objetivo de devolver a los suyos el tiempo que le restó su profesión.

Huérfano de padre desde los ocho años y el quinto de siete hermanos, Avello llegó a los juzgados «por casualidad» a pesar de que lo del Derecho y los tribunales le venía de familia. «Lo mío habría sido la enseñanza, pero no pudo ser. No encontraba trabajo y estaba a punto de marcharme a Barcelona con un amigo íntimo cuando mi novia, ahora mi mujer, me pasó un recorte de periódico con una convocatoria de oposición a secretario de Justicia. No sabía ni lo que era aquello», relata. Entre las previsiones del joven ovetense, que recorrió media Europa en auto-stop, no estaba entonces pasar la vida tras una mesa llena de papeles. A Avello lo de providencia le sonaba a Dios y un auto lo relacionaba más con el mundo del motor que con un juzgado. Así que se pasó meses estudiando qué significaban aquellos términos desconocidos para más adelante matricularse en Derecho.

Avello, lector incansable y amante de la montaña, recaló en Avilés con el empeño y la energía de los 27 años. Eran los tiempos, dice, de «los avilesinos de toda la vida y los coreanos, de la contaminación absoluta, de Ensidesa». «La verdad es que Avilés daba miedo. Encontramos un piso por casualidad y el alma se me cayó a los pies cuando entré en los juzgados», recuerda. Entonces el edificio que ahora ocupa la Clínica Covadonga en Las Meanas albergaba dos juzgados de instrucción, otros dos de despacho y el Registro Civil. Compartían cada cubículo minúsculo el juez, dos auxiliares y un agente judicial. La iluminación de las estacias del semisótano se limitaba a una bombilla colgada del techo y a modo de calefacción había una estufa sobre la que colocaban latas de conserva con agua. Las ratas, las cucarachas y las arañas campaban a sus anchas por un archivo tan saturado como insalubre.

El secretario judicial reconoce que a punto estuvo de hacer las maletas. «Me llegaron a ofrecer una plaza en Grado y nos planteamos marchar (mi mujer estaba desesperada, cada mañana se encontraba un dedo de arenilla negra en la terraza). Apostamos por Avilés y aquí seguimos, encantados», cuenta. El entonces secretario en funciones (sacó la plaza en 1981) participó en el levantamiento de los cadáveres de los fallecidos en la explosión de Ensidesa de 1971 y relata ahora como una anécdota alguno de los «caprichos» del sistema en tiempos de dictadura. «En los juzgados había independencia total y plena en aquella época, aunque probablemente muchas cosas no llegaban nunca. En aquellos tiempos había que preguntar a los detenidos con cargos si estaban bautizados, si profesaban la religión católica y pedir informes de conducta al párraco. Los jueces, como ahora, no podían salirse de la ley, aunque el mero hecho de aplicarla conllevaba muchas veces encontronazos con la política del gobierno», narra.

Para Avello cada caso que pasa por sus manos «no es un papel, sino un problema humano» y considera unos exagerados a quienes dicen que la ciudad fue hace décadas tan peligrosa como antaño el Bronx neoyorquino. «Esta no fue nunca una ciudad de crímenes y los que hubo, salvo excepciones, se han esclarecido. Hubo una época de mucho hurto de coches y motos, peleas y reyertas, lesiones, y se pusieron muy de moda los abandonos de familia. También los cheques al descubierto y hubo unos años en que aumentaron los suicidios en toda la comarca», relata.

El traslado a las dependencias de Marcos del Torniello, en 1979, fue como una bocanada de aire fresco para los trabajadores de los juzgados. El paso a la antigua prisión del partido judicial se prolongó dos semanas en las que desde el juez hasta el último agente judicial trabajaron a destajo para retomar la actividad habitual. «Trabajamos como burros, pero la ilusión era muy grande; por fin íbamos a trabajar en unas dependencias dignas», afirma.

Avello es un defensor a ultranza de la administración de justicia, pero apostilla que «si ésta viene funcionando es por el esfuerzo personal de los funcionarios». «Ahora se avanza hacia un sistema más burocratizado. Antes cualquier funcionario hacía de todo, había horarios y se trabajaba hasta los domingos por la mañana. Con eso no estoy diciendo que cualquier tiempo pasado fuera mejor, al contrario, el sistema ha cambiado y para bien», explica tras pronunciar el nombre de una retahíla de compañeros, entre ellos el funcionario ya jubilado Federico Amo Castañón.

Si en algo es rotundo el hasta el pasado viernes secretario del juzgado de lo Penal número 2 es en su defensa de los funcionarios con los que trabajó codo con codo y de los magistrados con los que compartió su vida profesional por su «independencia, rectitud y honradez». No tiene más que buenas palabras para el magistrado José Luis Niño y el equipo del juzgado de lo Penal número 1, en el que vivió alguno de sus momentos profesionales más duros. «Cuando peor lo pasé fue en plena transición por la carga de trabajo, por la independencia, por una serie de circunstancias. También por los últimos años en el Penal 1, cuando se saturó», relata. Pero Avello es de esos que se quedan con lo bueno, y dice que «lo mejor era el ambiente familiar». «Aquí había cuatro o cinco abogados, otros tantos procuradores, una cuasi familia. Discutíamos en el reconocimiento judicial de una finca y a continuación nos íbamos a merendar todos juntos», relata para a continuación lamentar que «cada vez se penan más delitos, tanto que se está criminalizando a la sociedad». «Cosas que hice con mis compañeros de pandilla hoy serían actuaciones delictivas y estaríamos ante un Juzgado de lo Penal», asevera.

Con su despacho ya tan vacío como impoluto, el todavía secretario del juzgado de lo Penal número 2 asistió a su último juicio el pasado miércoles. Dice que no se va con tristeza, aunque en Marcos del Torniello deja un hueco difícil de llenar. Sin quererlo, ha ido preparando a sus compañeros para su ausencia, ya definitiva. Una intervención quirúrgica lo mantuvo alejado durante los últimos meses de Marcos del Torniello, donde prácticamente ha vuelto para despedirse. «¿Qué haré ahora? Pues leer, pasear, viajar y, en especial, prestar más atención a mi esposa (Pilar Martínez Bárcena) y a la familia. Los sacrificados fueron durante muchos años mi mujer y mis hijos. Ya les toca a ellos», concluye.