Una importante selección de obras procedentes de los fondos del Museo de Bellas Artes de Asturias, pertenecientes a artistas asturianos o vinculados a la comunidad nacidos en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, se expone en el Museo Barjola, en Gijón, con el «objetivo prioritario -según Alfonso Palacios, comisario de la muestra- de analizar lo que han sido algunos de los principales caminos por los que ha avanzado la creación contemporánea en Asturias a lo largo de las dos últimas décadas, así como fijar la atención en algunas de las figuras ya consolidadas de nuestro panorama artístico y en otras que, pese a su juventud, llevan tiempo realizando un trabajo de gran interés».

La crisis ha traído, entre otras consecuencias, que la mayoría de los museos vuelva su mirada hacia adentro, facilitando, como en este caso, revisar un amplio panorama de la plástica asturiana. Bienvenido sea este bucear en los almacenes que nos permite redescubrir obras que teníamos olvidadas o valoradas de distinta manera, y aquello que en un tiempo nos pareció bueno se nos cae, actualmente, de las manos, y algunas propuestas que nos dejaron, entonces, indiferentes, hoy atraen nuestra atención. Pero sería conveniente apostar, a la hora de revisar los fondos, por diferentes lecturas críticas que reconozcan otras narrativas, dando paso a una multiplicidad de relatos que valoren al espectador como agente activo y no como un mero consumidor de imágenes.

Pero, además, esta exposición resulta muy interesante para plantearnos una serie de reflexiones. Cabe preguntarse por el papel que va a jugar el Museo de Bellas Artes de Asturias tras su ampliación en la creación actual, cuando en los últimos tiempos ha mantenido una indiferencia hacia lo contemporáneo, salvo en muy puntuales actuaciones. ¿Se convertirá en un agente activo, impulsor de una esfera pública de reflexión o las obras de las últimas generaciones seguirán en las catacumbas en conflicto con el pasado? Por otra parte, hay lagunas en la colección que habrá que completar -el conceptual asturiano prácticamente se encuentra ausente- y se precisa tomar el pulso al presente, asumiendo riesgos, como hacen otros museos. En todo caso, el Museo de Bellas Artes debe abrirse si no quiere morir de aburrimiento, ser más audaz, desplegar un modelo que no sea excesivamente rígido y permitir la transversalidad y la pluralidad de voces. Convertirse, en definitiva, en un lugar de diálogo y de conocimiento más que en un mausoleo en el que importantes y reconocidas obras enmudecen de solemnidad.

La exposición ecléctica, como no podía ser de otra manera dada la amplia nómina de artistas presentes, abarca muy diversos géneros y estilos, pero se percibe una supremacía de la pintura que domina el panorama, dejando en anecdóticas otras formas de expresión. Los artistas seleccionados son Chechu Álava, José Carlos Álvarez Cabrero, Fernanda Álvarez, Irma Álvarez Laviada, Rinaldo Álvarez, Ruth Álvarez Valledor, Agustín Bayón, Laura Blanco, Paco Cao, Maite Centol, Mario Cervero, Rosario Cimas, Soledad Córdoba, Carlos Coronas, Beatriz Corredoira, Chus Cortina, Isabel Cuadrado, Julio Cuadrado, Jacobo de la Peña, Pablo de Lillo, Marta Fermín, Jorge Jovino Fernández, Daniel Fernández Jove, Hugo Fontela, Angélica García, Federico Granell, Ramón Isidoro, Kely, Lara+Coto, Lisardo, Germán Madroñero, Pablo Maojo, Santiago Mayo, Benjamín Menéndez, Rebeca Menéndez, María Mieres, Marcos Morilla, Noelia Pañeda, Natalia Pastor, Javier Riera, Jaime Rodríguez, Jezabel Rodríguez, Faustino Ruiz de la Peña, Avelino Sala Fermín Santos, Guillermo Simón, Carlos Suárez, Cuco Suárez, Gabriel Truan, María Vallina, Javier Victorero y Luis Vigil.