Supongo que les ocurre a todos los niños, en una cierta época de su vida: su imaginación necesita realidades palpables y deciden ser inventores. Mi hermano y yo habíamos intentado serlo unas cuantas veces, sólo en una ocasión nuestro invento fue eficaz, pero a medias.

Con otros amigos planeamos la posibilidad de crear algún brebaje que reviviera a las plantas mustias, pero para realizar el experimento primero teníamos que inventar otro que acabase con las plantas lustrosas: «el mata-plant» lo llamamos. Fue todo un éxito. Juntamos en un tarro colonias y cremas que encontramos en el baño con unos chorros de lejía y detergente, bajamos a la calle y lo probamos con un diente de león que brotaba junto a la acera. Al día siguiente comprobamos que nuestro mejunje había sido totalmente eficaz, lo malo es que no fuimos capaces de dar con la fórmula para revivir de nuevo a la planta objeto del experimento. En todo caso, parece que teníamos ya la suficiente intuición del posible peligro al no decidir probarlo con los geranios de mi madre.

Desde ese día sigo totalmente eso de que «los experimentos, con gaseosa» y procuro ir a lo seguro. Por evitar males mayores.

No obstante, me produce cierta envidia la constatación de la aparente sencillez de multitud de inventos que nos facilitan la vida (otros son realmente complicados para mí y ni siquiera me planteo que pudiese entender su proceso de creación).

Posiblemente ésa sea la razón por la que siempre presto atención a las noticias sobre nuevos artilugios y a los objetos que sirven para varias actividades aparentemente dispares, como la propuesta que leía estos días del Museo de Ideas e Inventos de Barcelona, donde se muestran creaciones «tan curiosas como una fregona con micrófono incorporado, o una ingeniosa maceta que se mueve por sí misma en busca de los rayos del Sol». No me queda muy claro para qué sirve la fregona con micrófono, a no ser para que los amantes de cantar mientras trabajan amenicen con su voz a los vecinos, lo cual también puede convertirse en un riesgo. La utilidad de la maceta la veo más clara y evitaría tener que preocuparme de girar las plantas para que crezcan rectas y no inclinadas hacia la ventana.

En cualquier caso, me quedo con ganas de visitar la muestra y aplaudo el lema que la anima: «No todo está inventado». Una nunca pierde la esperanza de tener algún día una idea ingeniosa.