La XXXIV Semana de Música Religiosa de Avilés continuó el martes con su calendario musical, tras la apertura de la edición con el habitual concierto de la Orquesta «Julián Orbón», esta vez con un programa en el que hay que valorar muy especialmente la presencia de la «Sinfonía n.º 8, en Do mayor» del avilesino Ramón Garay (1761-1823). De este modo, con la iniciativa de su director, José María Martínez, la «Julián Orbón» se distingue de otras orquestas asturianas en su interés por una de las figuras clave del sinfonismo español, en el camino de la sinfonía moderna.

En el segundo pase de la Semana de Música, la iglesia de Santo Tomás de Cantorbery acogió un recital de música barroca en un formato de corte íntimo para voz y continuo. Lideró la actuación la soprano Ángeles Tey, con una voz poco homogénea, en un repertorio, por otro lado, demasiado exigente para las posibilidades vocales de la cantante madrileña. A su lado, el guitarrista chileno Bernardo García Huidobro llevó con corrección el peso del bajo continuo, con la incorporación puntual de Izumi Kando al órgano positivo.

El programa de música sacra se abrió con una selección de tres de los «Geistliche lieder» de Bach, para seguir con un estreno, «Aleph. Quomodo Obscuratum est» (1745), segunda Lamentación para el Viernes Santo, de Enrique Villaverde, que en el siglo XVIII fuera Maestro de Capilla de la Catedral de Oviedo. No obstante, la dramatización de Tey en el canto devocional «Tell me some pitying angel» hizo que esta obra de Purcell, que expresa el nerviosismo de la Virgen María ante el extravío del niño Jesús de doce años, fuera la parte más destacada del programa.

El concierto se cerró con el «Salve Regina» de Scarlatti, obra escrita para contratenor y orquesta en su versión original, que presenta gran riqueza armónica y un lenguaje lírico que no pudo ser del todo apreciable en las condiciones del recital, si bien se integró en la interpretación Kando, en registros más efectivos para conjugar con el acompañamiento de la guitarra, a diferencia de la obra de Villaverde, en la que el trabajo instrumental quedó borroso. Quizás una posible amplificación de la guitarra hubiera dado nitidez al trabajo de García Huidobro y hubiera aportado mayor equilibrio al conjunto, teniendo siempre en cuenta las peculiaridades acústicas de la iglesia.