A lo largo de la vida de un docente son muchas las ocasiones en las que el alumnado te plantea la siguiente cuestión: «Y esto, ¿para qué me va a servir a mí en la vida?» La pregunta es retórica, formulada única y exclusivamente con la convicción de que tú no vas a saber responder, ya que las diferencias entre un «se» impersonal y un «se» de pasiva refleja, o la clasificación de las oraciones subordinadas adverbiales parece tener, a todas luces, escasa aplicación en la vida diaria. Cuando mis alumnos plantean esta cuestión no puedo aferrarme a eso de que el saber no ocupa lugar, o de que todo contribuye a nuestra cultura general. Para ellos es necesaria una argumentación más solida, basada preferiblemente en la utilidad, así que defiendo que el análisis sintáctico sirve para desarrollar en nuestra mente diversas capacidades, ya que se trata de la organización lógica de las ideas y pensamientos en una lengua.

«Vale, profe» -a alguno logro convencerlo mientras los demás me miran con escepticismo-, «pero ¿y tocar la flauta?, ¿de qué nos sirve haber aprendido a tocarla?». En cierto modo, comprendo sus dudas, también yo me he preguntado en algún ocasión para qué sirve alguno de los contenidos que he estudiado en mi vida escolar, por eso, y con la convicción de que realmente había conocimientos poco útiles, hice lo posible por librarme de las matemáticas a la primera oportunidad, con la esperanza de que estudiando una opción de letras desterraría los números de mi vida para siempre. Craso error. No imaginaba que en la economía familiar uno debe hacer números con demasiada frecuencia, o que en el ámbito educativo tendría que pasarme la vida calculando calificaciones a fuerza de establecer reglas de tres y calcular porcentajes.

En el colegio y en el instituto aprendí a distinguir los estambres de los pistilos, a calcular el mínimo común múltiplo y el máximo común divisor, a definir las placas tectónicas o a declinar en latín, que las nubes se dividen en cirros, nimbos, cúmulos o estratos, los afluentes del Ebro, o las partes de un volcán, aunque nunca haya visto ninguno. No podría concretar cuáles de estos conocimientos me han servido en la vida o si realmente fue gracias a aprenderme el principio de Arquímedes que yo haya llegado a comprender que introducir un elemento de grandes dimensiones en un líquido puede hacer que éste rebose. Sin embargo, nunca he tenido la impresión de que lo que he aprendido haya caído en saco roto. La vida da muchas vueltas y, en realidad, uno nunca sabe cuándo va a echar mano de un conocimiento aprendido, ya sea una fórmula matemática o una canción a la flauta. Nadie puede asegurar qué va a ser realmente útil hasta que ha recorrido un camino suficientemente largo como para hacer balance.