San Juan de la Arena,

Ignacio PULIDO

La galerna de 1961 aún tiene eco hoy. Aquel 12 de julio la cara menos amable de la naturaleza se cernió con toda su furia sobre la flota del Cantábrico. Los pueblos pesqueros de su litoral pagaron un caro tributo al mar: ochenta y tres de sus hombres. Doce de estos pescadores fallecieron en el naufragio del «Águila del Mar», un pesquero de la casa Argudín con base en San Juan de la Arena. Ayer, con motivo del cincuenta aniversario de esta tragedia, supervivientes, familiares y vecinos se reunieron en la iglesia parroquial arenesca para rendir tributo a los desaparecidos.

Tal día como ayer, hace medio siglo, el «Águila del Mar» zozobró y se fue a pique a unas setenta millas al norte verdadero del Cabo de Peñas. Eran las siete y media de la mañana. Tan sólo su patrón, Belarmino González García, y el marinero José Cuervo González lograron salvar la vida tras ser rescatados por el «Estrella de la Esperanza». El resto de la tripulación -compuesta por Florentino González García, Francisco González Fernández, Emilio Martín Fernández Cabo, Demetrio González González, Agustín González González, Benjamín Lojo Santos, Arsenio López Landrove, Luis Octavio García Fernández, Joaquín García Fernández, Alejandro Antón Alonso, Modesto Losada Iglesias y José Mª Iglesias Pumar- pereció en el siniestro. Algunos apenas eran unos «rapacinos» que ni tan siquiera se aproximaban a la veintena de años.

El 19 de julio de aquel verano grabado a fuego en la memoria arenesca centenares de personas se reunieron en La Arena para rendir tributo a los fallecidos. La iglesia se empequeñeció ante tal muestra de duelo, presidida por el arzobispo coadjutor. La galerna había golpeado a la flota arenesca con gran saña. El paso del tiempo suturó las heridas pero el pueblo quedó marcado. Su historia siempre permanecerá unida a tan triste suceso.

Ayer los nombres de los fallecidos en el «Águila del Mar» figuraban escritos en letras negras en una esquela colocada en el panel de anuncios del templo arenesco. La mar se los llevó sin dejar rastro. Tan sólo sobrevivió su recuerdo a través la memoria de sus viudas, huérfanos, parientes, amigos o compañeros de faena en aquellos duros tiempos. San Juan de la Arena lloró de nuevo su pérdida en una emotiva ceremonia cantada por el coro local. En el templo reinaba el silencio, tan sólo quebrado por las palabras del párroco y por los cantos marineros de la coral.

Los ausentes estuvieron más presentes que nunca. Sobre la mar, ayer en calma, el cielo plomizo cubrió con un manto de lluvia el lecho de los ochenta y tres hombres fallecidos en la galerna y de los tantos y tantos que perdieron su vida en sus bellas y a la vez crueles aguas. «La Arena no os olvida».