Laura ORTIZ

Decenas de adultos, jóvenes y niños cantaron ayer al unísono «ekabo, ekabo...» -bienvenido en un dialecto africano- mientras bailaban al ritmo de los tambores en la plaza del centro cultural Niemeyer. El coreógrafo y bailarín nigeriano Peter Badejo se quiso despedir de los avilesinos con una clase magistral abierta a todas las personas que tuviesen ganas de sentir la verdadera esencia de la danza africana.

Era la una de la tarde, el tiempo acompañaba y los tambores sonaban, pero los espectadores se mantenían fríos, alineados lejos de los bailarines. Fue solo cuestión de minutos que los más atrevidos se animarán a romper el hielo para que, luego, decenas de personas les siguieran. El grupo «Badejo Arts» cuenta con 13 componentes que después de haber interpretado el espectáculo «Culture is my pride» el día anterior animaron ayer a todos los espectadores a bailar. O mejor dicho, a casi todos; Wole Soyinka, el primer Nobel de literatura africano, no se quiso perder la clase magistral y se acercó a la plaza, aunque para él la clase fue solo teórica.

«Estamos muy contentos por haber sido invitados a esta magnífica ciudad y muy felices porque un centro tan importante como el Niemeyer realce nuestra cultura», afirmó Badejo. Esas fueron las palabras con las que el director del grupo introdujo el baile. Más tarde añadió: «La danza forma parte de nuestras vidas, es nuestra interpretación filosófica de ella, el modo de ver nuestro día a día. Nace y muere con nosotros». Además, el director explicó que se sentía muy arropado por la cálida audiencia avilesina y que eso le recordaba mucho a la gente de su país.

«La danza africana es un sentimiento y por eso tiene que salir desde muy adentro; sólo así puedes expresarlo luego hacia el exterior. Yo creo que el sonido está interconectado con el cuerpo y por eso los movimientos africanos fluyen con naturalidad», explicó el coreógrafo. «Odabo», que significa adiós en dialecto africano, resonó con fuerza en las bocas de los bailarines del grupo y también en la de los bailarines improvisados. Y, aunque la música inspiraba alegría, la caras de tristeza por la despedida se apoderaron de muchos de los visitantes nigerianos.