Cantante, líder de «Ilegales» y de «Los Magníficos»

Saúl FERNÁNDEZ

Jorge Martínez (Avilés, 1955) pasó su infancia de aventura en aventura en una ciudad que, por entonces, dejaba atrás sus aires señoriales y empezaba a disiparse entre los humos que expelían las chimeneas de una Ensidesa recién nacida. En 1982 nació «Ilegales», una banda «periférica» que plantó cara a la Movida Madrileña, que era lo que se llevaba entonces. Los críticos más sesudos consideran que «Ilegales» es una de las bandas de rock españolas con mejor directo. Las letras de Martínez, por su lado, son subrayadas por especialistas de primera. El cantante forjó su leyenda irreverente con temas como «Soy un macarra», como «Tiempos nuevos, tiempos salvajes» o «Regreso al sexo químicamente puro». Este verano el músico tiene una agenda más que ajetreada: entre manos tiene un disco directo de «Ilegales» y un nuevo «ep» (un «cd» con menos canciones de las habituales) de «Jorge Ilegal y Los Magníficos», su nueva banda: boleros, éxitos italianos... una banda maqueada como en los cincuenta.

-¿Cuál es el rincón favorito de Avilés ?

-Hay una antigua casa en Rivero, que no visito desde 1963; es sin duda mi lugar preferido.

-¿Por qué?

-Pasé muy buenos momentos en esa casa, allí se encuentran los fantasmas mas queridos.

-Usted nació con la instalación de Ensidesa. ¿Los malos humos imprimen carácter?

-Estoy seguro de que sí, en mi generación, ya de niños, luchábamos constantemente.

-¿Por qué nació en Avilés?

-Porque soy nacido; no creado.

-¿Cómo recuerda la ciudad de su infancia?

-Me encantaba. Era una ciudad sucia y fácilmente recorrible, era posible encontrar aventuras casi todos los días. El mundo era nuevo por aquel entonces; viví en Avilés hasta los diez años.

-¿Dónde estudió?

-Había un instituto en el que admitían párvulos. Si acababas allí te encontrabas con la señorita Jovita. Esta mujer tenía una gran paciencia y un montón de niños rabiosos a su cargo. Un día, con seis años de edad, varios elementos subversivos decidimos no volver nunca más a clase. Nos fuimos a un riachuelo en los «praos de Carvajal» para cazar ranas. No había ninguna, probablemente porque era invierno, pero con el barro del riachuelo fabricamos unas galletas «María» que guardaban un remoto parecido con las de verdad. Intentamos escribir en ellas «Galletas María» para darles un toque de autenticidad, pero ninguno de nosotros sabía escribir bien y las galletas se estropeaban una tras otra. Tras este fracaso decidimos volver con la señorita Jovita, al menos hasta que supiésemos escribir «Galletas María».

-¿Avilés era entonces una ciudad apta para el juego?

-Avilés entero era un extenso parque infantil, sin excluir lugares realmente peligrosos. No puedo recordar un sitio donde no haya jugado al menos una vez; siempre me ha gustado vagabundear aunque en esa época yo lo llamaba explorar.

-¿Cómo era Jorge Martínez el día en que tomó la Primera Comunión?

-Bueno, verás; era un buen niño pero las amistades de mis padres me consideraban un elemento peligroso. El día ese acabé peleando contra parte de los invitados que habían destrozado un toro de cartón al que yo tenía gran afecto. Todavía les guardo rencor; probablemente porque los mayores interrumpieron una pelea que hubiese a buen seguro hecho justicia.

-En general, ¿fue feliz?

-Sí; la felicidad es algo que se conquista y una vez que se tiene es obligatorio facilitar la felicidad de los demás, incluso contra su voluntad.

-Avilesino, ovetense profesional, ¿uno es de donde nace o de donde pace?

-He vivido en varias ciudades dentro y fuera de Asturias, el mundo es cada día mas pequeño, es mezquindad imperdonable no amarlo al conocerlo. Por eso jamás seré nacionalista, me repugna esa cortedad de miras. El horizonte mental único no se hizo para mí.

-De familia aristocrática, ¿se puede ser también macarra?

-Siempre hay algo oscuro tras toda raíz aristócrata; lo peor son las campañas guerreras, lo bueno es que con el tiempo desaparecen las manchas de sangre. Todo eso del macarrismo es una reacción contra una gente que pretendía una elegancia que les esquivaba siempre. Gente pedante y repulsiva.

-«La casa del misterio», que está en Grado, es su local de ensayos. ¿Cuántos fantasmas aloja?

-No soy buen contable; todo tipo de ectoplasmas son bien recibidos. En cuanto a otro tipo de fantasmas tengo que decir que jamás se ha visto uno por aquí. Debe saber que solamente se admite a gente brillante.

-Muchos de los videos de «Ilegales» los grabaron en Avilés. ¿Melancolía o es que sólo acudieron a la llamada de Fran Vaquero?

-Ni se sabe.

-A los 50, uno ya no es «ilegal» porque es «magnífico». ¿Está de acuerdo?

-Cuando la ley no permite respirar es interesante recordar que se puede trabajar contra la ley. El número de leyes injustas es realmente amplio. Se debe ser «ilegal» y «magnífico» al mismo tiempo. Es cuestión de justicia.

-¿Qué le queda de su época más punki?

-El punk no tiene principio ni fin, es una actitud irrenunciable y eterna.

-¿Siempre pensó en la música como una forma de vida?

-Podría dedicarme a un montón de cosas más. He sacrificado muchos posibles caminos a la música y a toda esa literatura que vuelco en ella.

-¿A quién vio por primera vez sobre un escenario?

-A unos payasos muy desagradables; les dediqué todas las palabras sucias que sabía. He aprendido muchas cosas con «Manolo el del carro»; no Manolo Escobar. Del que hablo era un individuo de Avilés verdadero virtuoso de la obscenidad.

-¿«126 canciones ilegales» fueron suficientes?

-Tendrán que serlo, es poco realista pensar que habrá más.

-Tengo un amigo que reclama con insistencia un libro con los versos de «Ilegales». ¿Atenderá su petición?

-Ver veremos.

-¿Qué le parece la ciudad de Avilés que crece mirándose en el espejo del Niemeyer?

-Me parece muy bien el Niemeyer, pero mi vista no va en esa dirección. Estoy fascinado por un medio diferente.

-¿La cultura es mejor si va de la mano de lo público o prefiere las iniciativas particulares?

-La cultura, tristemente, ha pasado a depender de una clase política repulsiva por ignorante y prepotente. Las empresas particulares han casi desaparecido ante una competencia desleal continua.