La semana pasada, mientras paseábamos por el casco histórico de Avilés con un amigo barcelonés, recreamos la romántica y remota posibilidad de viajar en el tiempo, para situarnos por ejemplo en aquel Avilés medieval en el que los herreros desarrollaban su labor artesanal bajo los soportales, o para espiar el ambiente ostentoso y aburguesado en el que vivían los indianos que regresaban de América para construir algunas de las edificaciones más representativas de nuestra ciudad a finales del XIX y principios del XX.

La imaginación da para eso y para mucho más, como demuestra que los viajes en el tiempo nos hayan llegado tantas veces en forma de ficción. Ejemplos no faltan: el novelista británico H. G. Wells imaginó La máquina del tiempo, el americano Mark Twain decidió enviar a un yankee a la corte del Rey Arturo, y el director Robert Zemeckis logró manipular cinematográficamente el presente después de mandar a Marty MacFly treinta años atrás gracias a Doc y a su «condensador de fluzo» en Regreso al futuro.

Según la Teoría de la Relatividad, las partículas materiales que se desplazan a través del espacio-tiempo lo hacen hacia delante en el tiempo y hacia los lados en el espacio, de modo que el tiempo siempre fluye en la misma dirección, es decir, hacia adelante. Apuntaba recientemente Stephen Hawking basándose en la teoría de Einstein, que viajar en el tiempo es posible, pero solamente hacia el futuro, lo que podría constituir la salvación de la Humanidad. Lo cierto es que este tipo de afirmaciones trascendentales suelen aparecer en lugares poco visibles de la prensa, o en revistas especializadas, lo que hace suponer que las expectativas de que lo que la ficción ha imaginado en numerosas ocasiones deje de ser simple ficción, son más bien escasas.

Sin embargo, idealistas pertinaces nunca han faltado. Decía Guglielmo Marconi, padre de la telegrafía sin hilos, que el sonido en realidad nunca muere, sino que simplemente se debilita a lo largo del tiempo, por lo que nuestras palabras permanecerían aquí propagándose hasta el infinito una vez que nos hayamos ido. Partiendo de este supuesto, Marconi trabajó durante largo tiempo en la creación de un aparato que recuperase los sonidos de épocas anteriores para así poder ser testigos de grandes momentos históricos (su mayor ilusión era recuperar las palabras de Jesucristo en la cruz), convirtiéndonos en viajeros auditivos del tiempo. Obviamente, no lo logró, pero siguió alimentando ese deseo innegable de recuperar el pasado. Por ahora yo recomiendo hacer la maleta y pisar nuevos escenarios, imaginar la historia que esconde cada piedra, porque a falta de máquinas milagrosas, recorrer el mundo es lo más cercano a viajar en el tiempo que conocemos.