Lo que hay «Al final del arco iris» es un tesoro. En el cuento, un caldero de oro; en el espectáculo, el talento de Natalia Dicenta, que es otro caldero dorado. Dos horas con Natalia Dicenta son dos horas tocando las puertas del cielo. La actriz madrileña es Judy Garland a punto de despedirse del mundo: drogadicta, borracha, en busca del amor que nunca ha encontrado? los días de decadencia de la leyenda son los que el dramaturgo británico Peter Quilter eligió para contar que no es verdad que el mejor tiempo sea el que ha pasado, para recordar que la vida es un camino de baldosas amarillas que no tiene fin. Y, sin embargo, los peregrinos que se aventuran por la calzada deslucida saben de sobra que en la meta espera el mago de la paz, el mago del sosiego? El país de Oz, donde los hombres de hojalata recuperan el corazón, los espantapájaros, el cerebro y el valor, los leones débiles.

Natalia Dicenta se llevó de Avilés bravos, aplausos eternos, perpetuas devociones. Natalia Dicenta le dio el alma a la superestrella del Hollywood clásico que se perdió en estudios de leyenda, en anfetaminas sin receta médica y en alcohol como ríos de tristeza. Todo esto «Al final del arco iris», una tragedia musical, un espectáculo de fervor. Ganas de amar a Judy Garland, capitulación ante Natalia Dicenta.

«Al final del arco iris» es una tragedia que se desarrolla en el mes y medio que Judy Garland pasó en Londres, entre diciembre de 1968 y enero de 1969. Los responsables de la sala de conciertos Talk on the Town, en la capital británica, la contrataron para que resumiera su vida en una colección de canciones. Este planteamiento toma forma de musical de pequeño formato: días arrastrados en la habitación de un hotel y prodigios melódicos sobre el escenario. La Garland, por aquel entonces, tenía 47 años y era una superviviente del sistema de los estudios de Hollywood: espectáculos en cadena, como en una siderúrgica. A tres turnos. Quilter resume las seis semanas londinenses con tres personajes: el último marido de la estrella (Javier Mora) y Tony, su pianista (Miguel Rellán). Así, con tres personajes, relata la destrucción del mito, la humanidad de la leyenda. «Al final del arco iris» se estrenó en la Opera de Sidney. Está programada en la cartelera del West End, en Londres, y esta misma semana llega a Broadway.

La función avilesina estuvo condicionada por un déficit de sonido y, pese a ello, Natalia Dicenta brilló como la estrella a la que estaba prestando su cuerpo, su alma y su vida. Entre los escritores de teatro y de cine existe una portentosa propensión a levantar los tejados de los palacios de las estrellas: hay que dar forma a los pecados históricos de los mitos. Necesidad de humanizar lo que no se puede alcanzar, ese país en el que vive un mago y dos brujas malencaradas. «Al final del arco iris» pertenece a ese género de la estrella a un pelo de la destrucción. Las leyendas en zapatillas convierten a los espectadores en vecinos puerta con puerta de la mujer que nació estrella y murió -en una marea de pastillas- como la estrella que siempre fue. Pero sin mago.