Tengo un amigo al que le encanta hacer fotos a los rincones de Avilés. Cada vez que su trabajo le trae a Asturias, si tiene un rato, se acerca con su cámara a Avilés en busca de nuevas imágenes. Eso me produce una cierta satisfacción: me gusta que mi ciudad guste, sobre todo porque a mí me ha gustado siempre. También cuando Ensidesa era Ensidesa y la carbonilla nos daba los buenos días cada mañana al abrir la ventana. Cuando la mayoría de los viajeros pasaban de largo y muy pocos se atrevían adentrarse en el centro urbano después de la bienvenida que les daba cualquiera de nuestras entradas que, todo hay que decirlo, aún necesitan mejorar bastante.

Pues bien, este verano mi amigo me enseñaba algunas de sus últimas fotografías de nuestra villa, de lugares cuidados y entrañables, con su perspectiva personal, su peculiar punto de vista. Ése precisamente que le lleva a hacer otras en las que aparecen fachadas desastrosas, ventanas destartaladas, esquinas sucias. «¿No te gustan?», me pregunta. Sí, claro que me gustan, las fotos son estupendas, pero me entristece que también formen parte de la realidad de este Avilés nuevo y turístico que dicen que tenemos.

Edificios en ruinas que tienen que acabar siendo derribados y pierden para siempre la estética que los unía a su entorno (eso en el mejor de los casos, que cada vez se hace más frecuente la circunstancia de que una vez desaparecido el edificio acompañe al casco histórico durante años la imagen de un solar «desolado», al menos en las instantáneas que como recuerdo se llevan los turistas, nosotros a fuerza de verlo ya casi ni reparamos en ello).

Y luego está la memoria, que se convierte muchas veces en una triste compañera, que nos obliga a recordar lo que había y ya no está. Y los «vándalos» de cualquier edad, que se divierten quitando la cabeza a las estatuas, ensuciando aceras y paredes, jugando con los árboles nuevos hasta que se rompen o se secan, por ejemplo.

Me gusta vivir en Avilés, soy una privilegiada porque no me he tenido que ir a buscar sustento lejos de mi ciudad, como algunos de mis amigos. Pero reconozco que todavía nos falta mucho para que éste sea ese lugar limpio y hermoso que se supone impresiona a los turistas. Seamos exigentes y responsables. Nada de conformarnos con lo menos malo, sólo con lo mejor. Y para eso tenemos que poner todos nuestro «granito de arena».