Recibo noticias de España, siempre, siempre consciente de la crisis ecónomica que se abate sobre muchos países europeos, incluso sobre esa nación admirable. En esta ocasión, las noticias que surgen son inquietantes: circula ya la información de que va a cerrar el Centro Internacional que lleva mi nombre gracias a la generosidad de amigos españoles. Un proyecto que realicé con el mayor cariño y que, por lo que parece, colocó, más de una vez, una ciudad española -es el caso de Avilés- en el «mapa» turístico-cultural de Europa.

Tengo esperanzas de que la decisión sobre el cierre o la interrupción provisional de la sus actividades se revierta y que pronto se olvide. Lamentaré (no importa, aunque sea desde lejos, y seguir el alargamiento de una crisis que el capitalismo global decadente) si aquel centro cultural cesa en sus actividades, ya sea para siempre o por un lapso de tiempo.

Y aquí está la razón de mi disgusto, sin duda compartido por sus ex directivos, tan competentes y celosos de la integridad del proyecto. Esto no se limita al hecho de que estemos hablando de una obra que tal vez representa uno de los ejemplos recientes y más expresivos de mi esfuerzo en explotar las potencialidades del hormigón armado y en defender una arquitectura más libre y menos «estandarizada». Se trata también de la pérdida de un espacio fantástico para la promoción de actos culturales de gran envergadura, un espacio para el diálogo siempre fecundo entre los diferentes sectores (sin excluir ni música, ni cine), integrando las artes contemporáneas y la arquitectura.

Me solidarizo con Natalio y sus compañeros de trabajo. Sin su apoyo, su entrega total en la puesta en marcha del complejo arquitectónico capaz de suscitar sorpresa y emoción, esa obra no hubiera podido alcanzar el reconocimiento que conquistó por tanta gente de valor y por el público en general. Y jamás olvidaré la atención de que esos amigos me dispensaron tanto a mí como al arquitecto Jair Varela, participando en los progresos de la obra, en los detalles de su ejecución, en la programación artístico-cultural que acoge el centro, en un respeto inusual a nuestro trabajo de arquitectos.

Confío en que lo peor no suceda y que Natalio y su equipo continúen al frente de la gestación de una obra que requiere entusiasmo, amor a la cultura y creatividad. Todos esos elementos siempre presentes en la valerosa gente de España.