Lo que sucede es que la violación de una mujer encendió la mecha republicana en el antiguo reino de Roma, a orillas del Tíber. Sexto Tarquino forzó a la esposa de Collatino y la humillación de la dama concluyó con «un cuchillo envainado en el corazón». Lo que vino después fue una revelación: la caída de Tarquino el Soberbio, el padre del criminal, la imposición de un nuevo sistema de gobierno. Y a partir de ahí, la ciudad de Rómulo se colocó en el centro de la historia y Occidente fue Occidente.

La violación, la humillación y las lágrimas de Lucrecia fueron el tema de uno de los primeros poemas de William Shakespeare. Del año 1594 y escasamente conocido (en español hay tres traducciones: una del clásico Astrana Marín y otra, de los ochenta, del profesor José Luis Rivas). Los últimos días de la monarquía, los primeros pasos de la historia dorada del tiempo. El relato sobre la violación de Lucrecia viene de Tito Livio y de ahí pasó por todos los demás escritores que contaron la historia de la capital mediterránea.

Nuria Espert sale a escena hablando con un móvil. Le reclaman en algún lugar, pero ella no puede ir. Tiene que ensayar «La violación de Lucrecia»: «Arrebatado por traidoras alas / de un pérfido deseo...» La superactriz catalana, acompañada por un juego de luces diseñado por Juanjo Llorens y de una banda sonora que subraya las acotaciones incluidas en el poema, conmociona a los espectadores. Espert acongoja y hace suya la tristeza de la mujer a la que da vida y que cae en el agujero de la soledad sin vida después de la visita criminal de Sexto Tarquino, amigo de Collatino, esposo de la víctima.

El poema es un relato épico en el que William Shakespeare entrelaza narraciones con monólogos congelados de pavor y desconsuelo. «Dale tiempo...», pronuncia la Espert en un momento dado... y ya nada es lo mismo. Porque todo es nada. Nuria Espert es la víctima, es el violador... da vida a todos los personajes perdidos en los versos isabelinos del inventor del teatro moderno.

Miguel del Arco dirige la función. La Espert se cubre de una gasa y es Lucrecia. Si lo hace con una colcha, es Tarquino... La violación -el clímax del guión- se produce en off (fuera de escena). Pero se escucha y se contempla en el miedo incrustado en el rostro de la actriz catalana: un trabajo superlativo, genial... Hora y algo de angustia que deja tan exhausta y derrengada a la intérprete que cuando salió a recoger los merecidos aplausos lo hacía con aparente timidez y con los pasos pausados. A la cuarta vez, la sonrisa se agigantaba; ella, apoyada en el respaldo de la silla que es donde la realidad deja paso a los versos del bardo de Stratford-upon-Avon. Nuria Espert, al final, dejaba libre a la mujer romana humillada; volvía a ser Nuria Espert y los espectadores podían volver a sonreír.