En los últimos años el mundo animal ha sido protagonista de las pinturas e instalaciones de Ricardo Mojardín (Boal, 1956). En sus pinceles los animales han trazado una metáfora de racionalidad en un mundo cada vez más irracional, permitiéndole investigar sobre el arte, su historia y actualidad, con un cierto distanciamiento y una irreductible ironía sin ninguna intención moralizante. De 1992 datan sus «Autorretratos en la cuadra», imágenes de su efigie colgadas en un lugar, en apariencia, tan poco apropiado como un establo. En «Una historia del arte para vacas» (2002) situó fotografías alusivas al mundo del arte, entre otras los cráneos vacunos de Georgia O'Keeffe y de Luis Fernández, ante los animales. En «Karmanimal retratos» (2003-2004), serie protagonizada por chimpancés y orangutanes, se exhibían diversas tipologías psicológicas humanas, desde el romántico al irascible pasando por el melancólico, el ingenuo, el intelectual, el sanguíneo o el flemático. Mientras que en «Karminal Muuu!!!» (2004-05) las vacas volvían a convertirse en protagonistas, reflejando en sus ojos cuadros de Zurbarán, Murillo o Goya. Pero el cuadro «Tudanca por Bilbao» puede considerarse antecedente de la serie «Biotopos» con los animales pastando delante del Museo Guggenheim, como en la trilogía «La Enamorada en Madrid», «La Enamorada en Oviedo» y «La Enamorada en París» (2005) con la vaca apostada ante la fachada del Museo del Prado, el Museo de Bellas Artes de Asturias y el Louvre. Y en «Cave Canem» (2008) recurre a imágenes de perros extraídas de conocidas obras de arte y las reproduce pictóricamente sobre textos descriptivos de esas mismas obras.

Con estos antecedentes no es extraño que continúe apostando por una temática en la que parece sentirse realmente cómodo, deudora del espíritu burlón de Marcel Duchamp que impregna de irreverencia una obra que cuestiona, en esta ocasión, los museos y centro de arte, inmersos en un entorno que el artista reduce a un mero hábitat de distintas espacies animales. En este territorio convive lo natural y lo artificial, lo vivo y el mausoleo, reconociendo que estas superestructuras culturales se debaten entre la muerte y el espectáculo, perdiendo influencia en la esfera pública. Aunque la vida quede reducida, también en este caso, a un concepto, prefiriendo el nombre científico del animal a su imagen, al igual que en los paneles informativos de las rutas por espacios naturales, donde se indican los nombres de la fauna existente en un área determinada.

Estos paisaje recuerdan las acuarelas y dibujos de los trabajos de campo de biólogos y naturalistas, como apuntes de un ecosistema, realizados con soltura y reflejando de la forma más objetiva posible la zona de estudio. No se pretende intelectualizar el entorno sino representar el mundo de los centros culturales y artísticos a partir de la presencia de los animales, para hacernos reflexionar, desplazar el antropocentrismo y situar al hombre como una especie animal más, sin la prepotencia de querer erigirnos, erguirnos sobre el resto. Aunque, también, en esos museos (el Prado, la Tate, los Uffizi, el Louvre, el Kiasma, el Ludwing) están representados los animales que siempre nos han acompañado en nuestros sueños y pesadillas, en nuestras fantasías y fábulas, porque los artistas de todos los tiempos han sentido una enorme atracción, al igual que Ricardo, por los animales con quienes compartimos este mundo. Ricardo Mojardín consigue un ecosistema insólito y mordaz y lo hace con una enorme libertad y un profundo escepticismo, en un ejercicio de maestría, alejado del tedio y estimulando el pensamiento del espectador.