A poco de instalarme en estos lares se puso en marcha el proyecto del centro cultural internacional Oscar Niemeyer, por el que sentí una oscura desazón, injustificada pues cualquier atisbo de referencia cultural cuenta con el apoyo del común. Emanaba el tufillo anexo de la prepotencia política de aquellos gestores, pero eso hay que darlo por descontado. Eran las penúltimas coleadas del habitual sobrecoste de otra gran empresa, el puerto de Gijón y el mar, embravecido estos años, atacaba las instalaciones costeras.

El Avilés señorial de 60 años atrás, pizca cursi, recogido en el casco viejo, calles rampantes, palacios, casonas y soportales, se abrió al experimento industrial más poderoso de España tras la humeante hegemonía de los altos hornos bilbaínos. Es posible que Franco hubiera deseado difuminar aquellas ínfulas con el implante de ENSIDESA, algo que, literalmente, surgió de la nada.

Ahí quedó la margen derecha, con unas pocas chimeneas rentables y un espacio vacío. El ejemplo vizcaíno llevó a rellenar el hueco con lo que no eran más que ocurrencias poco meditadas. Por vías casuales se llegó a la oferta del notable arquitecto brasileño, el famoso don Oscar Niemeyer, uno más en el rosario de multimillonarios comunistas que están dando ejemplo al caduco universo del capital. De su fértil y amplia reserva entresacó unos planos que llegaron hasta aquí en condiciones nunca bien esclarecidas, lo que no presupone malicia. Había espacio, dos legislaturas aguijoneaban el «mal de piedra» de los políticos y con el rollo de los planos bajo el brazo se acometió la empresa de un centro cultural.

¡Bravo! Faltaba un detalle: ¿qué iba a albergar el moderno y airoso mausoleo civil? Teatro, salas de exposiciones, parques y lugares de refugio intelectual los había ya, pero el tiempo era de bonanza y se empezó la casa por donde solía, por el tejado. Planos, muestras, conferencias, idas y venidas; y la construcción, a ritmo aceptable, para ofrecer a los avilesinos ese monumento sinuoso, la línea curvada y femenina que caracteriza al veterano autor. Lo malo que tienen estos proyectos es que se acaban y que el tinglado preparatorio hay que desmontarlo y darle la utilidad o el fin que se pretendía. Aventuro, en mi ignorancia, que no se previó esta circunstancia, que el intento era un fin en sí mismo, no demasiado bien calculado para que coincidiera con unas elecciones de dudoso remate.

Asistimos en esos dos últimos años a la ceremonia de las inauguraciones, los visitantes de rango, desde el intelectual cercano al cómico de la ceja, al plástico de brocha y pancarta. La verdad es que la montaña parió a un ratoncito Pérez desorientado y rapaz. Visitas a Brasil, de ida y vuelta, la canonización de un gran titiritero como Woody Allen, encantado de recorrer estas vías con la familia a cuestas, viajes en primera y hotel de lujo. O la presencia de otro gran pilar intelectual y artístico, Brad Pitt, los chicos y chicas de la «péreztroika» sociata y el consiguiente armazón de puestos, excelentemente remunerados: gerentes, consejeros, asesores, directivos y personal indispensable. Unas elecciones adversas -lo más inseguro de la democracia- expulsó a los que detentaban el poder. Pero quieren amartillar el dominio copando los cargos directivos, incluso el de patrono perpetuo en el expresidente, pretensión que algunos encuentran incorrecta.

Los nuevos, para incordiar, cometen la indelicadeza de exigir cuentas del gasto, lo que ha producido un comprensible enfado en la alcaldesa y su entorno. Todos los problemas anejos se han disipado y sobrevive la postura numantina de eludir el déficit, que parecería mucho más escandaloso si se considera lo edificado como envoltorio de muy poca cosa. Incluso el servicio de restauración ha padecido la deserción de unos afamados profesionales. Las muestras, exhibiciones y actos, respetables intrínsecamente, dan una talla mediocre, que permite a un colega, Demetrio Reigada, calificar el local de chiringuito, expresión cariñosamente despectiva que viene como anillo al dedo.

El poder comunitario no cede en la demanda de comprobantes y la autoridad local en llamarse a andana. Me preguntó por qué ese empecinamiento en el formalismo, pues no parece haber fuerza coactiva o represiva para enjuiciar actitudes dolosas. Si quiere el desvencijado PSOE quedarse con el Niemeyer sin dar explicaciones, que asuma también el costo, ahora y en adelante. Esta encarnizada lucha por el fuero, la convocatoria de vecinos con linternas, mecheros, teas o cirios parece un remedo de la Santa Compaña para que en el circuito nadie penetre.

No ha habido, con entidad, protestas por el paro, la necesidad, el colapso industrial y comercial, pero los políticos -pensando que la masa es imbécil y no andan muy descaminados- engolosinan a los ociosos para que vayan a manifestare abrazando unas paredes que han costado lo suyo. Quien remueva las cuentas del Niemeyer atenta contra la historia, ofende la memoria de don Pedro Menéndez, la esencia avilesina, patea el alma de los ribereños y amenaza su futuro. Se van perfilando opiniones críticas, que sería bueno enveredar, pues la llegada al hecho consumado de una realidad exige otra cosas que denuestos o críticas gratuitas.

Comentando el asunto desde mi punto de vista superficial, se me ocurrió aventurar que quizás la autoridad municipal se viera obligada a dimitir. Un espeso silencio se produjo en la tertulia y los ojos de los presentes me miraron con lástima, dudando de mis condiciones mentales. Creo que sentí un ligero sofoco y no volví a abrir la boca en cuanto al tema. Por mi, que siga el chiringuito o el chiringueiro.