Las Rabias es una entidad de población sin viabilidad de ningún tipo. Al menos así lo considera la Red Asturiana de Desarrollo Rural en su estudio «Pueblos en el olvido», el cual ha sido recientemente publicado. En esta aldea sotobarquense, perteneciente a la parroquia de Riberas, tan sólo viven tres personas. Nada que ver con décadas atrás, cuando se llegaron a contabilizar veintitrés vecinos. Los lugareños se muestran pesimistas con el futuro del pueblo.

La familia de Celsa Alonso está vinculada a la aldea de Las Rabias desde hace unos tres siglos. «Todos mis antepasados son de aquí», enfatiza la mujer, de 72 años. Ella y su marido, Luis López, de 75, viven junto a su hijo Fernando, de 37, en este pintoresco rincón del concejo de Soto del Barco. Su vivienda es la única de las cinco que integran la aldea que está habitada de modo continuo. El resto de los inmuebles están deshabitados o han sido relegados a la categoría de segunda vivienda.

La decadencia de Las Rabias se inició hace unos cuarenta y cinco años. Por aquel entonces, veintitrés vecinos vivían en esta aldea, en la que funcionaban tres molinos. «La gente fue marchando poco a poco. Unos se casaban y marchaban a vivir a otros pueblos y los mayores fueron muriendo», explica Celsa. Hace apenas dos años fallecieron Suceso y Olvido, las más ancianas del pueblo. Desde entonces sólo queda la familia de Celsa.

El estado de las comunicaciones nunca ha sido mejor. El acceso al pueblo, que antes se practicaba a través de una pista, se realiza ahora por una carretera asfaltada. Sin embargo, ni siquiera estos avances han logrado frenar la sangría poblacional de Las Rabias. Por su parte, los nuevos propietarios tampoco han optado por establecer su domicilio en la aldea. La vida en Las Rabias es apacible. Celsa y Luis, ya retirados, dedican gran parte de su tiempo al cuidado de su hacienda. Incluso poseen un puñado de cabras y trabajan una huerta con la ayuda de su vástago.

De todos modos, echan de menos el pasado. Añoran los tiempos en los que el pueblo poseía más vecinos. «Todos nos conocíamos. Siempre podía surgir algún roce, pero nada de importancia», expresan. Cada cierto tiempo se trasladan a Pravia, donde poseen una vivienda. «A veces es necesario salir un poco de aquí, si no chifla uno», comenta.

Ambos temen por el futuro del pueblo. Son conscientes de que si no cambia la tesitura pasará a engrosar la lista de lugares deshabitados. «Tememos que llegue a quedar deshabitado por completo», concluyen.