Las Vegas,

Illán GARCÍA

Ana Rubio tiene 83 años y desde hace poco menos de la mitad de su vida atiende a un hijo enfermo que depende de una silla de ruedas para desplazarse. La mujer es consciente de que su estado de ánimo influye en el bienestar de su hijo, y por eso ha decidido coger el toro por los cuernos y plantearse la vida con una sonrisa de oreja a oreja. «Es fácil entrar en una depresión, pero en vez de deprimirse hay que buscar la manera de alegrarse; ser feliz, pero dentro de los límites que tenemos, eso sí», afirma la mujer, que estos días participa junto a otras personas en situación similar a la suya en el programa municipal de ayuda «Cuidando al cuidador».

Este taller que imparte una psicóloga busca que las personas que cuidan a personas dependientes no se agoten. Que refuercen su autoestima hasta ser capaces de afrontar los problemas sin caer en la depresión. Un riesgo palpable. «Aprendí a no despotricar», espeta Anita Rubio. «Nunca hay que decir ¡qué desgracia me tocó!; es una suerte aprovechar los talentos que Dios nos dio», añade. Enfrente de Anita Rubio se sienta Gloria Blanco, que destaca que el taller le ha servido para aprender a controlar sus emociones. «Hay días que te desesperas. Porque la cosa no avanza, y todo tu trabajo parece invisible, como que no sirve para nada», cuenta. «Te puedes desesperar, pero de qué sirve eso», reflexiona la mujer.

La vida de los cuidadores -aquellas personas que atienden a una persona dependiente- puede verse afectada de muchas maneras. Por ejemplo, es frecuente que experimenten cambios en las relaciones familiares, en el trabajo y en su situación económica; también en su tiempo libre, su salud o su estado de ánimo. Cuidar a alguien acarrea una gran carga física y psíquica, que hace que el cuidador vaya perdiendo paulatinamente su independencia, porque el enfermo cada vez es más dependiente. Puede ser que se desatienda a sí mismo, y que la sobrecarga física y emocional derive en lo que los expertos denominan «síndrome del cuidador».

Nieves Mendigure atiende a su marido, Francisco Díaz, aquejado de varios problemas desde hace once años, cuando sufrió un accidente laboral trabajando en Las Vegas. «Es duro, pero hay que ir tirando para adelante», afirma Mendigure. Su marido, presente en la sala donde se desarrolla el curso, bromea, entre risas: «Yo traigo el dinero a casa». Su pareja replica: «Hay que tener buen humor».

El sentido del humor es una de las piezas clave de esta terapia en la que se busca la estabilidad de las personas que, por la razón que sea, se dedican a cuidar de personas dependientes. Las técnicas y dinámicas de grupo ayudan a los cuidadores a «reírse y hacer reír, a reforzar la autoestima», según destaca la psicóloga del centro Tomás y Valiente.

El taller se desarrolla dos veces por semana y tendrá una duración de dos meses. «Las personas cuidan al dependiente, pero aquí están para cuidarse a sí mismas y su salud», añade la psicóloga. «Lo que menos piensas es en eso, en cuidarte a ti», se oye al fondo de la sala. «Esto nos ayuda, nos llena, hace descargar las energías negativas y te sientes mejor», comentan en la tertulia de este taller en el que regalan sonrisas.