Saúl FERNÁNDEZ

Francisco Julio Sánchez Hernández (Madrid, 1947) ya no es el abogado del Ayuntamiento de Avilés. El lunes pasado cumplió 65 años y la alcaldesa le abrió las puertas de la vida civil. «Me he jubilado del Ayuntamiento, pero no del Derecho», advierte. Lo tiene decidido: seguirá llevando pleitos. Ha recibido varias ofertas laborales. «Lo estoy pensando», anuncia. Seguirá en el Derecho Administrativo y en el Civil. Es especialista. Los sindicatos municipales que se enfrentaban a él en los tribunales lo celebran con la boca chica. «Es un "pata negra", uno de los mejores», confiesan. «Igual hasta nos viene bien que ya no represente al Ayuntamiento», dicen guiñando un ojo.

O sea, que nada de la «tercera edad», nada de ver las obras apoyado en las vallas municipales. «Más que nada... porque ya no hay obras», se ríe. Con esta perspectiva, el letrado, como diría Garcilaso, se para con LA NUEVA ESPAÑA a contemplar su estado «y a ver los pasos por do (le) han traído». Sánchez vuelve a contar que todo comenzó un 13 de febrero invernal y de posguerra; en un Madrid recién vencido. «A los 8 años, en 1955, ya estaba aquí, en Avilés. Soy un coreano de toda la vida», bromea. «Mi madre era de Madrid y mi padre, como si lo fuera». Y explica el enigma: «Mi abuelo paterno era ingeniero de minas y estaba de paso por el pueblo de Ceclavín, en Cáceres, cuando mi abuela alumbró a mi padre. Él nunca conoció Ceclavín», avisa. «Mi abuelo materno lo que tenía era una pequeña constructora. Trabajó en la Gran Vía que, por entonces, la estaban levantando», añade. ¿Y cómo termina una familia de madrileños de pro en Avilés? «Mi padre trabajaba en Construcciones Govasa, la empresa que se encargó de los edificios de Versalles, del Carbayedo Nuevo, de la cimentación de Cristalería, de la iglesia de Llaranes o de la restauración de la San Nicolás, al poco de la llegada de Ángel Garralda a la ciudad», reconstruye. «O sea, que soy un coreano de pura cepa», sonríe con satisfacción.

Estudió en el colegio San Fernando. «Cuando todavía estaba en La Magdalena», apunta el letrado. Primaria, Secundaria, Bachiller Elemental y Superior. Se licenció en la Universidad de Oviedo. «¿Por qué me hice abogado? Pues no lo sé. Quizá porque presentar un caso tiene algo de teatral», argumenta Sánchez. Y aquí es donde brota la vida espectacular de Francisco Sánchez. «Mi padre fue actor en "La Barraca", la compañía de Federico García Lorca», anuncia.

-Pero usted es un abogado especialista en Derecho Administrativo... ¡Qué aspero!

Entonces explica Sánchez que sí, que es abogado, pero también un poco farandulero. Su hermano César Sánchez hasta hace nada era fijo en los repartos clásicos de las grandes producciones teatrales.

El director de «El vivo retrato», Mario Menéndez, dirigía «Cátaro», un grupo de teatro que se hizo un hueco en la escena asturiana de los primeros setenta. «Junto a Mario estaban su hermano gemelo Juan, el mío, Pepe Jiménez y yo mismo», dice el letrado. Hicieron las maletas y, con una mano delante y otra detrás, emprendieron la aventura de Madrid.

-Usted no.

-Lo pensé.

-¿Y por qué se quedó?

-Al final me di cuenta de que los salones de audiencias eran un poco como teatros en pequeño.

Comenzó a trabajar en un despacho en la calle de La Muralla («Entonces se llamaba del Marqués de Teverga», aclara). «Me dedicaba al Derecho Laboral. Aquel despacho era la sede clandestina del sindicato Comisiones Obreras», relata el abogado. «Al principio estaba solo en la oficina. Hasta que preparé las oposiciones a la Administración de Justicia», continúa Sánchez. «Pasé por el Derecho Civil y también por el Mercantil.

Francisco Sánchez siempre ha sido un hombre de orden, pero también un animador cultural de primer orden. Dirigió la legendaria asamblea que se celebró en la sidrería Yumay en septiembre de 1980, cuando se fundó el Antroxu de Avilés. «Fuimos allí ya con ganas de montar la fiesta», comenta el letrado. Francisco Sánchez, coreano de siempre, es un avilesino de pro: creador de tradiciones, como el doctor Claudio Luanco, el inventor de las fiestas de El Bollo.

-El Carnaval es un poco una obra de teatro, pero sin guión. Eso es lo bueno: una fiesta que nace con un programa, pero que se pueda cambiar sin ningún problema.

Es decir, que la celebración del Antroxu no es un oficio religioso. «No es verdad que estuviera tan prohibido. Recuerdo que cuando era niño en los kioskos se vendían serpentinas, caretas para los niños...», dice el letrado con ganas de ser actor. De hecho, ejerció con su amigo Mario Menéndez, en «El vivo retrato»: el primero y único largometraje de producción asturiana, un filme legendario, un título de culto en el que estaba «el todo Avilés», dice Sánchez. «Yo hacía de un cura que termina siendo obispo».

-Fue divertido: algunas de las escenas se rodaron en la calle, en plenos carnavales. Pensaban que iba disfrazado de obispo.

El primer Antroxu de Avilés fue el de 1981. «Lo celebramos el núcleo duro de la Gran Orden del Antroxu. Llovió», recuerda Sánchez. Y en 1982 nevó. Y a partir de ahí todo fue viento en popa nevara, lloviese o hiciera un sol de justicia.

Abogado, actor, promotor cultural... y escritor: mantiene la sección «Vita brevis» en la edición avilesina de LA NUEVA ESPAÑA, es coautor de tres libros sobre la vida clásica de Avilés. También ha escrito cosas como «Concurrencia competencial (Constitución y Estatuto de Autonomía) para la integración de la propiedad del suelo. Técnica de clasificación del suelo»... «Siempre me ha dado por escribir, escribir. Otra cosa es que lo muestre», confiesa el abogado consistorial jubilado. ¿Una nueva etapa? «Qué va, seguiré dedicándome a lo mismo: los pleitos», confiesa.