Antonio Ripoll se jubila en uno de los momentos económico y cultural más difícil desde la llegada de la democracia. La cultura se encuentra sacudida por el vendaval de la crisis, al pairo de los mercaderes que sólo ven cifras, condenando, por ignorancia, como derroche cualquier poética; el desánimo prende en los trabajadores de cultura que creíamos haber logrado visibilidad e influencia, un mínimo de respeto al pertenecer a un sector que representaba el 5 por ciento de PIB . Y sin embargo, con desprecio y sin miramientos tratan de sacarnos de escena y devolvernos extramuros, de donde algunos piensan que nunca deberíamos de haber salido; y la solidez insultante del modelo económico actual asume la barbarie de una época postcultural, evaporado cualquier producto creativo que no comporte rentabilidad.

Con la jubilación de Ripoll, uno de los gestores culturales más respetados y más influyentes de Asturias, se cierra un ciclo que ha marcado las tres últimas décadas del ecosistema cultural avilesino, apostando por la defensa de lo público como un territorio irrenunciable para mantener políticas culturales cohesionadas, capaces de construir un relato plural en el que tenga cabida el diseño y la diferencia, aunando los diversos fragmentos de una realidad en continuo cambio.

En 1979 asume la dirección de la Casa municipal de Cultura de Avilés y se pone al frente de un equipo integrado por Jose F. Álvarez Busto, Zaida González, José María Martínez, Alberto del Río y Ramón Rodríguez. Ripoll, muy apegado al modelo cultural francés -la importancia de la institución, la biblioteca como elemento germinal a partir del cual se configura la acción cultural y el impulso a políticas culturales no liberales, junto con especificidades propias del territorio como el reconocimiento de prácticas marginadas hasta entonces- convirtió la Casa Municipal de Cultura de Avilés en un referente regional y nacional.

En 1992 le confían la dirección técnica del Palacio Valdés, tras su restauración, y Antonio Ripoll emprende una de las etapas más productivas y satisfactorias de su dilatada carrera. Mediante una programación que atiende las producciones nacionales, sin descuidar lo local, consigue, con unos bajos presupuestos, que el teatro se convierta en una plaza deseada para la mayoría de las compañías que apuestan por estrenar en el escenario avilesino. Un hecho singular que evidencia las nuevas centralidades que emergen de iniciativas culturales bien planteadas desde la periferia. Antonio Ripoll ha realizado, también, una labor de asesoramiento junto con Javier Fernández, jefe técnico del Palacio Valdés, de la remodelación del teatro de Laboral Ciudad de la Cultura y del espacio escénico, de nueva creación, de Valey Centro Cultural de Castrillón. Un trabajo en la sombra pero imprescindible para conseguir contenedores adecuados a la función que han de desempeñar.

La programación musical de la Casa Municipal de Cultura de Avilés ha mantenido una elevada calidad, respondiendo a sensibilidades diferentes. Y en lo referente a las artes visuales, sin producciones propias, el acuerdo con el Servicio de Juventud de Principado de Asturias se ha revelado, al cabo de los años, adecuado para mantener una sala de exposiciones con criterios de contemporaneidad y calidad, en una línea que ha evitado la improvisación de otros espacios expositivos.

Con la jubilación de Ripoll, un gestor que siempre quiso estar en un segundo plano, finaliza uno de los capítulos más importantes de la cultura avilesina, una época alejada de baldíos localismos pero que ha situado la ciudad, sin polémicas, con un trabajo silencioso y bien hecho, en un lugar habitable y sostenible culturalmente. Pero quedan muchos desafíos y la agenda de la gestión cultural en los próximos años estará marcada por los cambios culturales impulsados por las nuevas tecnologías, la creciente transversalidad de los fenómenos culturales sacudidos por lo digital, las transformaciones en la creación, producción y distribución de contenidos, con la Red como un espacio creativo y de intercambio, la defensa de lo público frente al afán privatizador, el creciente peso de las industrias culturales y los nuevos hábitos de consumo y su relación con los espacios culturales.

Supongo que Antonio Ripoll, aunque jubilado, no se mantendrá al margen de estos debates y contaremos con su experiencia para pensar el futuro de la cultura.