Bañugues, Illán GARCÍA

Los naufragios han marcado la memoria de muchos pueblos marineros del Cantábrico. Los hundimientos de barcos traen consigo un efecto traumático que marca tanto a las personas que lo sufren como a los vecinos que, indirectamente, sufren sus consecuencias y son testigos del desastre. La costa gozoniega no ha sido ajena a estas desgracias, que tienen como referente el hundimiento del Titanic en 1912 (en los próximos meses el Museo Marítimo recordará el fatal final de este crucero con una exposición con motivo del centenario de su naufragio). Tal es el impacto en la sociedad de estos siniestros marítimos que derivan en conductas que trascienden una generación tras otra. Es el caso del «milagro» del Socorro, a raíz del naufragio de varias lanchas de pescadores en Luanco el 5 de febrero de 1776. «Lo que fue un hecho afortunado- los marineros se salvaron- pasó a la memoria colectiva como una referencia religiosa», recoge un trabajo sobre la costa de Gozón elaborado por varios historiadores, entre ellos el bañuguero Nicolás Alonso. Precisamente, en aguas de Bañugues aún permanecen los restos de un barco que allá por 1698 naufragó tras chocar contra una roca conocida como El Corviru, ubicada en las inmediaciones de la actual ramblona y donde se halló en su momento la antigua iglesia parroquial con su cementerio contiguo.

En aquel accidente perdieron la vida a 16 marineros. Según un estudio realizado por el arqueólogo José Adolfo Rodríguez Asensio en 1992, en el listado de barcos hundidos en las inmediaciones del cabo Peñas destaca el «Pecio de Bañugues», como se denominó a la embarcación que naufragó junto al Corviru. En el fondo del mar, aún permanecen varios cañones y gran cantidad de balas de artillería ya que, según los expertos, se trataba de un mercante armado que transportaba munición desde tierras cántabras. Según el director del Museo Marítimo de Asturias, sito en Luanco, José Ramón García, el centro guarda artillería similar a la que se puede hallar en el pecio hundido junto al Corviru.

El párroco de Bañugues por aquel entonces era Francisco Morán Lavandera. Un acta parroquial recoge testimonios del cura acerca de este siniestro. En el texto explica cómo fue encontrando los cadáveres de aquellos marineros después de que una vecina, María García, esposa de Toribio Menéndez, le avisara de que en el entorno de la ribera de Bañugues «quedaban hombres muertos de un nabio que había en la costa en la peña de el Corbero, según le habían dicho unos marineros que abían salido a nado (sic)». Morán Lavandera cuenta en el acta parroquial cómo era cada uno de los marinos muertos que se iba hallando mientras caminaba por las inmediaciones de la rambla de Bañugues. «Este era un hombre grueso y color blanco de mediana estatura, pelo roxo y greño no muy largo», describía el párroco en el acta que aún se mantiene en el archivo parroquial de San Nicolás de Bañugues. Prosigue en su relato: «Y luego este día allé otro cadáver en dicha ribera, desnudo en cannes y ensenandole a los tres dijeron era el capitan de dicho nabío y le enterré asimismo en nuestra iglesia (sic)». Así, día tras día, fue hallando los cadáveres de los marineros fallecidos tras chocar contra la roca ubicada en plena ensenada de Bañugues.

El del Corviru no fue el único naufragio que se registró en aguas de Bañugues en el siglo XVII. Según los datos aportados por una investigación realizada por Nicolás Alonso y su equipo, una embarcación que recibía el nombre de «San Francisco» sufrió en 1635 un accidente en el que fallecieron doscientos veinticinco marineros. «En estas dos tragedias perecieron, según lo descrito en la documentación de la época, un total de doscientos cuarenta hombres que fueron sacados del mar y enterrados por los vecinos en el cementerio parroquial», explican los historiadores en un documento presentado en un congreso internacional sobre arqueología moderna en la Universidad de Lisboa (Portugal) y posteriormente mostrado a los vecinos de la parroquia de Bañugues durante la celebración de las fiestas de El Carmen.

«Reconociendo lo impactante que resultaba a la población marinera cualquier hecho relacionado con los naufragios, no es de extrañar que la coincidencia de dos importantes hundimientos en un corto periodo de tiempo fuese suficiente para condicionar la remembranza histórica de un lugar. Esta coincidencia se dio, como ya mencionamos, en la ensenada de Bañugues en el siglo XVII. La reacción colectiva para el auxilio a los supervivientes y la sepultura de los cadáveres, así como su participación en la recuperación de las piezas de artillería del galeón, deben entenderse como un hecho lo suficientemente importante como para marcar la identidad de esta comunidad», exponen los historiadores Nicolás Alonso, Valentín Álvarez y José Antonio Longo en su estudio.

Los naufragios, a juicio de este grupo de historiadores, tienen en común varios factores: uno de ellos, la solidaridad entre los marineros. «El salvamento de los náufragos o el entierro de sus cuerpos de los fallecidos es una prioridad», explican.

La orografía del litoral del concejo de Gozón está plagada de islotes rocosos y numerosas rompientes, lo que ha derivado que esta zona del Cantábrico se hallan registrado numerosos accidentes marítimos.

«Por todo ello, la cartografía náutica histórica siempre lo ha destacado como uno de los accidentes geográficos más peligrosos de la fachada marítima cantábrica», destacan los historiadores, que basándose en un estudio de Cuervo Rodríguez de 2006, otro experto en la materia, pueden afirmar que se registraron noventa muertes de pescadores entre los años 1877 y 1903 en el litoral gozoniego.

También se estima que en el entorno del cabo Peñas hay más de veinte embarcaciones hundidas desde finales del siglo XVII. Una de ellas, la que permanece sumergida en las inmediaciones de la roca de El Curviru.