Tras mi prejubilación, hace 22 años, cuantos me enrolé en la informática, se me vino el mundo encima, porque no sabía qué hacer. Y resultó que a través de internet resolví mis aficiones literarias, siendo el instrumento idóneo para consultas, para comunicarme, para mandar mis artículos directamente a la imprenta, para estar al tanto de todas las novedades del mundo. Mis libros de consulta fueron arrinconados y el Diccionario de la Real Academia Española fue desplazado por la correspondiente página web.

Fueron mis hijos, expertos informáticos, quienes me inocularon el virus del ordenador: tú, que te precias de escritor, destierra la obsoleta máquina de escribir y actualízate, papá.

Me hicieron comprender que la informática era una terapia eficaz contra la retención de neuronas que, a mi edad, se disipaban por arte de magia (algo sabía yo de esto por mis estudios de Filosofía) y me inscribí en el Telecentro II de Avilés, con el número de socio 538.

Resultó estimulante la praxis como gimnasia mental para mantener la mente ágil y en forma. Era consciente de la teoría del «uso y no uso»: si un órgano deja de utilizarse puede inutilizarse, por cuya razón la psicoactivación es fundamental en personas de cierta edad, cual era mi caso, y, además, me abstraía de la rutina diaria, me divertía y me abría nuevos horizontes.

Manejaba correctamente el teclado convencional y, tras unos cursillos de Word, en los que me sorprendieron las funciones mecanográficas y de resalte, inserción y borrado de textos, desplazamientos a través del documento y formas de visualización de la pantalla, aprendí a archivar correctamente mis artículos en disco.

Hice unos cursillos de ampliación y progresé. Cuando me di cuenta estaba «enganchado» al aparato. ¡Imposible desintoxicarme...!

Confieso con orgullo que poseo varios galardones, dos de ellos convocados por la Red de Telecentros de Asturias.

Pero, ¡ay!, un aciago día me enteré, durante una estancia en Madrid, a través de LA NUEVA ESPAÑA, que el Principado anulaba la subvención de telecentros a seis concejos.

¿Cuál era la razón? Pues el supuesto recorte de los Presupuestos.

Hoy día al pueblo ya no se le puede engañar, porque sabe que tiene el poder en sus manos y es consciente de que le pertenece, consustancialmente, por su naturaleza de ciudadano. Con él pone y depone a sus dirigentes, con rigor sociopolítico, en pro del bien de la sociedad. Ahí radica la democracia.

¿Han leído, sus señorías, la «Rebelión de las masas» de Ortega y Gasset? Pues vean: el politicismo integral, la absorción de todas las cosas y de todo el hombre por la política, es una misma cosa con el fenómeno de rebelión de las masas que aquí se describe... La masa en rebeldía ha perdido toda capacidad de religión y de conocimiento. No puede tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimiento y a la religión, en fin, a las únicas cosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de la mente humana. La política vacía al hombre de soledad e intimidad, y por eso es la predicación del politicismo integral una de las técnicas que se usan para socializarlo...

Es muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de las civilizaciones.

Hubo sátrapas que envilecieron, culturalmente, a sus súbditos, para gobernar a sus anchas. Pero no es el caso de nuestros políticos (creo yo), aunque la intención de suprimir la subvención a los centros de Oviedo, Gijón, Avilés y otros más tenga visos de una desamortización, a lo Mendizábal de 1835. Y ya ven lo que pasó: que la Hacienda no obtuvo los resultados apetecidos y el pueblo se degradó, culturalmente, al ser cerrados los centros docentes que regentaba el clero.

No tengo pasta de líder, mas desde el Telecentro II de Avilés clamo al cielo e incito a mis colegas (5.273 en total) a que unan su clamor al mío en protesta de tan absurda intentona.

Reconocen los estrategas que no hay enemigo pequeño ni estrategia desdeñable: un pueblecito de dos mil habitantes, Móstoles, declaró la guerra a Napoleón Bonaparte... y la ganó, pese a sus ejércitos bien instruidos y mejor pertrechados.

¡Quién sabe si los usuarios de los telecentros de Avilés, unidos a los otros seis afectados por el absurdo cierre, emitiesen, resentidos, su voto adverso y echaran a la puta calle a quienes tuvieron la desdichada ocurrencia de desafiar a la cultura para redondear la cuota de cinco millones de parados!

Entonces sería el mesarse los cabellos y rasgarse las vestiduras al darse cuenta de que el cierre por ellos decretado revertía en su contra, por «cicatería política», al no poder hacer uso para echar los «currículum vitae», en demanda de un trabajo digno.

Esto que parece una fantasía onírica podría resultar una realidad.

A título de curiosidad les recordaré la manida anécdota de aquella familia venida a menos que, para reajustar le economía doméstica, comenzó suprimiendo el azucarillo al jilguero.