Aunque estamos acostumbrados a leer y oír todos los días noticias sobre crímenes, asesinatos, delitos contra la propiedad, etcétera es preciso reconocer que la inmensa mayoría de la gente es buena, respetuosa con las leyes y dócil en el cumplimiento de sus deberes sociales, cívicos y laborales.

Igual sucede con las ideologías y militancias políticas. La gente cree en unos determinados fundamentos de la convivencia, aún desde ángulos dispares u opuestos, pero presumiendo siempre la buena fe de quienes elaboran los programas y están encargados de ponerlos en práctica, tras el correspondiente triunfo electoral.

Pero, por desgracia, el panorama de la política real no es idílico y se separa años luz de las esperanzas de los buenos ciudadanos. Las luchas partidistas, la corrupción, el amiguismo, el derroche inmoderado del dinero público y la ineficiencia de la clase dirigente ante los enormes problemas socioeconómicos que padecemos, han hecho que la «buena gente» considere a la clase política como el tercer problema más importante que padecemos en España y, en realidad, culpable también de los otros dos: el paro y la crisis.

Este distanciamiento de los políticos de los problemas reales de la nación y su excesiva y exclusiva preocupación por mantenerse en el poder, la lucha contra el adversario, convirtiéndole en enemigo, el insulto, la descalificación, el «quítate tu para ponerme yo» al que nos tienen acostumbrados, está originando un desencanto generalizado. Desencanto no solamente de los políticos gobernantes, sino incluso del sistema democrático, al que los políticos se han encargado de prostituir, convirtiendo a la democracia en un campo de batalla cuyo menor interés es el bienestar del pueblo, en tanto que el mayor consiste en comprar votos mediante el amiguismo y la componenda, para mantenerse como sea en el disfrute inmoderado de los fondos públicos.

De este modo se produce el cansancio del elector que ve frustradas una y otra vez sus legítimas esperanzas y su fe en las ideologías y acabará por desentenderse de las clases dirigentes, porque cansados de tanto incumplimiento, tanta mentira y tanto despilfarro de nuestro dinero, nos convertiremos en unos decepcionados que acabaremos por no querer votar a ningún partido, porque cada día se hace más generalizada la opinión de que «todos son iguales».

En este clima de desconfianza, de cansancio y de desilusión de la buena gente, proliferarán los movimientos de «indignados», «okupas» y otros revoltosos que con razón o sin ella elevarán el tono de rebelión en la ciudadanía y así dejaremos la puerta abierta para que cualquier salvapatrias extremista se alce con el poder y nos tenga sometidos a su omnímoda voluntad, como ya ha sucedido tantas y tantas veces en la historia, pues los ejemplos abundan y las feroces dictaduras que ha padecido Europa están en la mente de todos.