Marta PÉREZ

La carnicería de Vicente Cueto en la calle Rivero tiene desde ayer en su expositor un producto exclusivo y nada habitual en este tipo de establecimientos: pescado. Entre el redondo de ternera, las chuletillas de cordero y la cinta de lomo el carnicero exhibe con orgullo en una cesta, arropado entre berzas, un salmón. Y no uno cualquiera, el campanu, el primer salmón de la temporada en los ríos asturianos, que Cueto adquirió el domingo en la subasta de Cornellana por 6.000 euros. Ayer tuvo que aguantar más de una broma de sus clientes. «Póngame medio kilo de picadillo, un pollo grande y dos chuletas de salmón», le espetó un cliente entre risas. Cueto, que aún no sabe qué destino dará al codiciado pez, repartió ayer explicaciones entre clientes, curiosos y periodistas de cómo un carnicero acaba pujando tan alto por el campanu de Asturias. «Hay gente que no lo entiende, pero con entenderlo yo...», dice Vicente Cueto con una media sonrisa.

Para comprender el impulso que llevó al carnicero de Avilés a pujar por el campanu en la subasta del domingo en la Feria del salmón hay que empezar por buscar en las aficiones de Vicente Cueto. «Soy el socio número 121 de la sociedad de pescadores Las Mestas del Narcea y mi mujer también es socia», aclara Vicente Cueto, que además de carnicero es pescador de agua dulce desde niño. Conoce bien los regodones del Narcea, la nueva normativa de pesca y lo que se siente cuando en la caña pica el señor del río, porque ha sacado más de uno, en el Narcea y también en el Cares. A la Feria de salmón de Cornellana siempre acude en calidad de espectador, a pasar el día con la familia. En la agenda del carnicero de Rivero, el domingo de apertura de la temporada salmonera no es día de pesca, sino de turismo. Cuando se levantó el pasado domingo y preparó viaje a Conellana nunca pensó que acabaría siendo el protagonista de la jornada. Ya en la feria, se alegró de que el pescador Enrique García, un viejo conocido ribereño, sacase el campanu. «Me dijo que no lo iba a dar por menos de 6.000 euros, y me parece normal, porque el campanu no puede valer menos de eso, yo también lo siento así», explica a toro pasado Vicente Cueto.

En éstas empezó la subasta, y con ella los abucheos del público. Porque los pujadores oficiales no estaban muy espléndidos en esta edición. Será la crisis, será la polémica del año pasado... «Hay que estirarse», «cobardes», «cagones» y cosas peores se escucharon entre el público. Cuando parecía que todo el pescado estaba vendido y la directora de la feria, Ángeles Fernández, estaba a punto de adjudicar el campanu por 5.500 euros a un restaurante, se alzó la voz de Vicente Cueto desde el público. «¡6.000 euros!», gritó. Antes de eso lo había consultado con su esposa: «¿Qué te parece si doy 6.000 euros? Podría venirnos bien como publicidad». Ella resolvió: «Haz lo que quieras, como tú veas». Y el carnicero de Rivero pujó dejando boquiabiertos a propios y extraños.

«Fue un impulso, pero no me arrepiento. Estoy muy contento con la decisión que tomé. El campanu no puede costar menos de 6.000 euros. Enrique, el pescador, me comentó después que se alegraba de que hubiese sido yo, porque si no parecía que estaba todo pactado», relata Vicente Cueto.

El carnicero de profesión y pescador de afición asegura que todavía no sabe qué va a hacer con el pez. Tendrá que decidirlo pronto, porque el producto es perecedero. En el escaparate de la carnicería Delfina -que era su abuela y abrió el negocio familiar en 1935- luce mientras tanto el campanu más orgulloso de la historia. Al mirarlo, Vicente Cueto no puede evitar recordar a su padre, que se llamaba como él, Vicente Cueto, y que falleció el pasado 2 de febrero. Él lo llevó por primera vez al río a pescar cuando era sólo un niño. Vicente Cueto hijo se emociona al reconocer: «La única pena que tengo es que mi padre no haya podido ver esto, se pondría muy contento». Así pues, para terminar de entender el impulso que llevó al carnicero de Rivero a pujar por el campanu, también hay que reparar en la importancia de la transmisión entre generaciones de la cultura ribereña y su mayor tesoro: el salmón.