La primavera está por venir pero era tan bueno el tiempo que la gente había abierto las ventanas para ventilarse y dejar que corriera el aire. El agobio de la crisis nos tenía tan apesadumbrados que necesitábamos aire fresco aún a riesgo de que, al abrir las ventas, se colara alguna desfachatez, como aquella de Finlandia, que los desvergonzados habían empezado a proferir sin siquiera disimularlo, dando suelta a unos instintos que, antes, solían ocultar o reprimir porque sentían vergüenza de ser tan crueles e injustos. Sabíamos sus intenciones pero estábamos acostumbrados a que se mordieran la lengua y no dijeran lo que pensaban. Algo era algo, pues en lo que va de noviembre a marzo han vuelto por sus fueros adoptando la desfachatez por bandera para que veamos que, por fin, han cambiado las cosas.

Desfachatez, por no emplear otra palabra más gorda, es el anuncio de la Conferencia Episcopal en el que dicen a los jóvenes: «si te haces cura no te prometo un gran sueldo, te prometo un trabajo fijo». Ahí es nada el oportunismo de los obispos para hacer cosecha de la necesidad y la desesperación juvenil.

Uno había vivido el caso a la inversa. Había tenido compañeros y amigos a los que unos padres sin recursos, imposibilitados para poder darles estudios, los metían en el Seminario de donde salían, antes de la adolescencia, para incorporarse al bachiller. Algunos, incluso, apuraban más su estancia y no daban el paso atrás hasta poco antes de cantar misa. También viví, y lo hice con admiración y respeto, otros casos a la inversa: los curas obreros. Una de las experiencias más importantes y originales que ha dado la iglesia y que, sin embargo, suscitó la desconfianza de la jerarquía eclesiástica hasta el punto de que acabó prohibiéndoles trabajar para mantener la concepción de un sacerdocio basado en que el mediador del Dios en la Tierra tenía que ser hombre sagrado, separado de los otros hombres y de una sociedad mundana, en la que corrían riesgo de contaminarse. Riesgo que advertían mayor en las fábricas, pues podían entrar en contacto con la lucha obrera y, sin quererlo, participar de los postulados marxistas.

La Iglesia, al menos entonces, cuidaba las formas. Presentaba la opción del sacerdocio como una cuestión vocacional que correspondía tomar a quienes estaban convencidos de entregar, por completo, su vida al prójimo. La idea que teníamos era que ser cura suponía una decisión personal que estaba muy lejos de convertirse en una salida profesional con la que poder hacer frente al paro. Pensábamos como pensábamos porque la Iglesia decía que su reino era espiritual, jamás de este mundo. Pero una cosa son los sermones y otra la realidad pura y dura pues los hechos han demostrado que la Iglesia es temporal, material y tan de este mundo que en el reino de España sigue aprovechándose de los privilegios y tiene el descaro de ofrecer a los jóvenes puestos fijos, de funcionarios, con cargo a los 10.000 millones de euros que percibe del Estado.

Tal como están las cosas, no me extrañaría nada que a la opción de tener un trabajo fijo, si deciden meterse a curas, a los jóvenes también les ofrezcan alistarse en el ejército para solucionar la vida. No lo vería tan escandaloso como lo que acaban de hacer los obispos.