«Me lo dijeron ayer / las lenguas de doble filo, / que te casaste hace un mes... / Y me quedé tan tranquilo». Estos son los versos que encabezan «La profecía» de Rafael de León, poeta popular de la quinta de Lorca. Lo de «las lenguas de doble filo» es un mal eterno de los seres humanos. Leopoldo Alas «Clarín» contó en un millar de páginas cómo la ciudad de Vetusta despellejó a la joven esposa del regente. Ana Ozores: hermosa, joven, rica, un dardo perfecto para la maledicencia. La historia triste de Ana Ozores es la historia de la infelicidad eterna, de la desconfianza general y de todos los amores rotos. Marina Bollaín estrenó el viernes pasado en Avilés, en el teatro de Los Canapés, su particular versión de la bella provinciana. Se llevó los aplausos y la admiración de los espectadores que llenaron la sala del barrio de Versalles para contemplar la coproducción de Come y Calla y de los Teatros del Canal que comenzó en Asturias su carrera artística (anoche se vio en Gijón).

La propuesta de la Bollaín es llevar el casino, el salón de la marquesa de Vegallana a un plató de televisión: una especie de «Sálvame Deluxe» con sexo grabado incluido. Y la propuesta funciona perfectamente: las correveidiles y los correveidiles de pueblo ahora corren, van y dicen en los platós de telebasura. Bollaín maneja a los desalmados con la maestría de una domadora de furias y la maldad de los amigos de Ana endulza la dulce estupidez de la buena de Ana.

Pero la cosa no va de si Bollaín y Monfort respetan a «Clarín» (no lo hacen desde el primer momento: el asturzamorano escribió una novela y las dos autoras han escrito un guion de teatro y ambos géneros requieren de herramientas distintas), la cosa es contar una historia triste actual partiendo de una cantera (la novela de «Clarín») que hablaba de su tiempo y también de este. Por eso es un clásico (lo explicó muy bien Calvino en su día). Lo que se pierde en la traslación al teatro es la prosa de «Clarín», pero es natural, por eso de los distintos lenguajes de comunicación.

Los actores encarnan la maldad y el miedo que producen deja a los espectadores congelados (el lado oscuro está a la vuelta de la esquina) y parece que la bondad no es de este mundo. El dolor de Ana cobra gravedad en el rostro desolado de Mariona Ribas y la maldad de Fermín es mayor si la interpreta David Luque.