Marta PÉREZ

«Bendito está. Menos mal que llegamos a tiempo. Ahora bajará la procesión». Faltan unos minutos para las doce de un mediodía fresquito a la sombra y agradable al sol cuando dos mujeres, madre e hija, hacen este comentario en la parte baja de la Ferrería. Es Domingo de Ramos, y por poco se pierden la bendición. El grueso de la celebración litúrgica está unos metros más arriba, en una plaza de Carlos Lobo repleta de creyentes de punta en blanco con los brazos erguidos portando ramos y palmas deseosos de agua bendita.

Cuando suenan los tambores la marea humana empieza a descender la calle. Una niña pide a su padre que la suba «al caballito para ver a la borriquilla». La Borriquilla, con mayúsculas, es el paso que recrea la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. La imagen salió de un taller de imaginería de Santiago de Compostela en 1954 y procesiona en las calles de Avilés desde 1955. Propiedad de la orden franciscana seglar de Avilés, la cofradía de Jesús de la Esperanza se encarga de sacarla en procesión. «¡Ahí viene!», grita entusiasmada la niña. Pero antes de que la Borriquilla pase a su lado aún tendrán que desfilar todos los demás.

Los cofrades de Nuestro Padre Jesús de la Esperanza visten de verde; no podía ser de otra manera. Los músicos son los primeros. El que dirige la banda de tamboriteros baja de espaldas, pero con paso seguro. Detrás, el sonido de los tambores imprime solemnidad a la procesión que discurre encajada entre los muros de la ciudad vieja. Se ven los primeros pies descalzos, con dedos que se retuercen hacia arriba queriendo evitar el contacto con el suelo frío y húmedo. Un abuelo hace hueco entre la muchedumbre para que sus nietos puedan ver ese detalle: los pies. Aún no lo entienden, y quizás de mayores tampoco lo hagan.

Las mujeres de la cofradía bajan en silencio portando palmas, y de repente, el color verde torna en marrón. Un estandarte anuncia la llegada de la orden seglar franciscana de Avilés, con sus integrantes arropados por un hábito marrón, el color de San Francisco de Asís. Doce niños ataviados con túnicas emulan a los doce apóstoles. Y detrás, la Borriquilla. «Está restaurada», explica una mujer, que a buen seguro se refiere al reciente arreglo de la peana que sustenta la imagen. La carcoma la estaba haciendo polvo, y las licenciadas en Bellas Artes Cristina Lorences y Clara Uría se han encargado de devolverle su esplendor. Cuando pase la Semana Santa, la imagen de la Borriquilla también pasará por el taller. El paso va acompañado de los acordes de la banda de música, más suave que el retumbar de los tambores. Cierran el cortejo los representantes de las cofradías de Avilés, todos con sus capirotes y bastones de mando.

La procesión avanza por La Muralla, Pedro Menéndez y La Merced rumbo a La Cámara, con los magnolios en flor y abarrotada de gente. Una señora riñe al marido con un espontáneo «ponte pa'tras coime, que los demás también quieren ver». Y el hombre le hace caso. De La Cámara al Parche, de bote en bote, terrazas incluidas. Y vuelta a la iglesia de los Padres Franciscanos. Allí una anciana se disgusta al enterarse de que ya han bendecido los ramos. Pero una gitana le ofrece la solución. Le vende un ramo ya bendito por «la voluntad». El himno de España devuelve la Borriquilla al templo.