Amaya P. GIÓN

Son las doce y cuarto del mediodía y una niña y su madre se paran ante un grupo de jóvenes «sanjuaninos» que esperan en el claustro de San Nicolás de Bari la salida de la procesión del Beso de Judas.

-¿Por qué está triste José, mamá? -plantea la pequeña.

-Porque ayer no pudo salir en la procesión y todo pinta a que hoy tampoco -responde la progenitora con la vista puesta en el cielo.

Pero ni los peores pronósticos del tiempo ni el orbayu pudieron poner freno a los ánimos de la Cofradía de San Juan Evangelista, que bajo un cielo ennegrecido que parecía simular las tinieblas de las que habla el Evangelio se echaron a una ciudad que se entregó al paso de la Tercera Palabra.

La Cofradía de San Juan Evangelista retó a la lluvia, que no tardó en asomarse a la procesión vespertina del Jueves Santo, la del Silencio; un silencio que impusieron los tambores de los sanjuaninos, cofradía que exige tres requisitos a sus integrantes: ser soltero, menor de 33 años y varón.

Cuando los primeros cofrades llegaron al Parche, apenas a cien metros de su punto de partida, hubo que abrir los paraguas. Y apurar la procesión. Lo que permaneció inalterado fue el sentir de los fieles ante el paso de las imágenes. La Tercera Palabra de Cristo antes de expirar («Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu madre») parecía brotar del rostro agonizante del Mesías a su paso por el casco histórico avilesino con la Virgen Dolorosa y San Juan Evangelista a sus pies. El conjunto de la Tercera Palabra estuvo procedido por la imagen de la Verónica, que portaba en su mano la fina tela con la que limpia el ensangrentado y sudoroso rostro de Jesús, coronado en espinas, que constituye el sexto paso del vía crucis. Ambos pasos, objeto ayer tarde de cientos de cámaras de fotos, procesionaron por la ciudad escoltados por reservistas del Ejército y de la Armada.

La comitiva recorrió San Francisco, el Parche, La Fruta y la Cuesta de la Molinera, donde el cielo obligó a hacer un alto. El orbayu, cada vez más intenso, llevó a los sanjuaninos a cubrir con un plástico los mantos de la Verónica y del santo que da nombre a su cofradía. También a acortar la procesión. Junto al palacio de Camposagrado, los cofrades enfilaron La Muralla (en vez de dirigirse hacia Pedro Menéndez) y apuraron su caminar Cámara arriba.

«Hay que subir un poco más rápido y cuidado, que se resbala mucho», aconsejaba un veterano sanjuanín a los más pequeños, calzados con sandalias de color rojo, y también a los que desfilaron con los pies desnudos sobre un suelo tan húmedo como gélido.

En silencio avanzaron a buen ritmo los cofrades de San Juan con su indumentaria azul, roja y blanca. Clavado en la cruz, el Cristo que preside el paso de los de San Juan parecía cobrar vida para pronunciar las cuatros palabras que Jesús pronunció antes de expirar: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», «Tengo sed», «Todo está cumplido» y «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

-Todavía falta que bailen el santo -espetó a su marido una mujer un tanto despistada. Y es que el «baile» de San Juan es uno de los momentos más esperados de la procesión del Miércoles Santo, la del Santo Encuentro, que este año hubo que suspender por la lluvia.

-Pobres guajes, vaya pulmonía van a pillar -decían unos y otros al ver desfilar a los más pequeños de la Cofradía de San Juan Evangelista, cuyo origen se remonta a 1948.

En tiempo récord, la procesión del Santo Silencio se recogió en el templo de San Nicolás de Bari, donde, pasada la medianoche, se esperaba la salida del Cristo de la Verdad y de la Vida. Otros, como el joven Iván Fernández, de la Cofradía de la Dolorosa, pensaban ya en la procesión del Santo Entierro. «A ver si mañana no llueve». Amén.