Existe un denominador común en las religiones humanas que reconoce el tránsito de la muerte a la vida, del invierno a la primera: el renacer cíclico de la naturaleza como metáfora del necesario resurgimiento espiritual del ser humano ante la paradoja insalvable que supone la propia desaparición del ser. Avilés inicia hoy sus fiestas de El Bollo, expresión jovial de esa primavera que surgió de la mente de quienes invocaban la unidad para afrontar los problemas en tiempos de división. Si encierra un espíritu El Bollo es ese, el de la solidaridad de la comarca para afrontar los retos y, de paso, forjar un nuevo horizonte pasadas ya las brumas y sombras del invierno. Inmersos como estamos en la incertidumbre económica, bueno sería que los que asisten a estas fiestas fraternales invocasen esa lectura. Sólo el esfuerzo colectivo por mejorar y resolver los problemas será capaz de hacernos vencer esta crisis e impulsar más aún una comarca que, aunando industria, cultura y tradición tiene el mejor de los futuros.