De nuestro corresponsal, Falcatrúas

Hacia 1930, Felipe Menéndez regresó de Cuba con alguna perra y abrió una cantina en Bildeo, millones no trajo. Cuando empezó la Guerra Incivil, los milicianos lo llevaron al cementerio y le mandaron cavar un agujero, donde lo enterraron vivo hasta el cuello, sólo le quedaba la cabeza fuera, por fascista; allí aguantó varios días, hasta que murió, con los miembros de un pelotón relevándose para vigilar que nadie fuese a liberarlo o a matarlo, que también hubiera sido una liberación. Cuando ganaron los del otro bando cometieron canalladas parecidas, todos perdimos con unas y otras.

Germán era un paisano que ya nos dejó hace muchos años y al que dieron en llamar «Morteras» por su dedicación a los muertos, aunque en Asturias, «morteras» son terrenos comunales que se explotan dividiéndolos en parcelas, pero Germán quedó tan horrorizado por la muerte cruel de su vecino Felipe, ni a una alimaña merece morir así, que sacó el cadáver del agujero, cargó con él, los milicianos no se lo impidieron, y se lo llevó hasta la entrada de un hayedo donde le dio sepultura. Después arrancó una haya muy joven cavando con cuidado de no estropear sus raíces y la plantó sobre la fosa.

Desde entonces se encargó de enterrar a los muertos que se iban produciendo en Bildeo, no solamente los que morían a consecuencia de la guerra, sino a todos. Los vecinos lo veían como iluminado por alguna misión celestial o algo así y le cedían los restos de sus familiares, viendo que «Morteras» cumplía su cometido con respeto, fuese quien fuese el finado, plantaba un árbol en cada tumba, dejaba colgando de una argolla de alambre una placa de aluminio en la que había troquelado nombre y apellidos del difunto, mote, fechas, familia a la que pertenecía?

Cuando llegaron los nacionales, los sucesivos curas que pasaron por aquí trataron de cargárselo, escandalizados de que un impío enterrase gente fuera del camposanto, pero no llevaron camín de él. Los triunfadores ajustaron cuentas pendientes y no pocos vecinos fueron al paredón, frecuentemente con terribles palizas por adelantado. En tales ocasiones los curas no aparecían para celebrar un funeral o rezar un responso por otro rojo difunto, era «Morteras» quien se ocupaba de enterrarlo en aquel hayedo.

El primer cura con el que se enfrentó vino a por él hecho un basilisco, tratándolo de salvaje y degenerado y amenazando con denunciarlo a la Guardia Civil, para que le dieran su merecido. Germán aguantó la filípica del cura sin pestañear y luego le preguntó:

-¿Por qué no se ocupó usted de este hombre mientras estuvo vivo? ¿No pudo usted hacer nada por él? ¿Qué mal había hecho?

-¡Era un animal como tú, que nunca iba a misa, gente sospechosa!

-¿Es eso suficiente para dejar que lo maten? ¡Como si los que van a misa diaria fuesen de fiar!

-¿Y por qué te metes a enterrar a los que mueren de muerte natural?

-Porque no hago distingos, como usted.

«Morteras» consultaba con los familiares si les parecía bien que él interviniese, casi siempre le decían que sí y entonces preguntaba qué árbol querían que plantase sobre la tumba. Si era una mujer, aconsejaba un abedul o un nogal:

-Los abedules son las señoritas del monte, con su corteza blanca; los nogales tienen una madera tan fina que sólo pueden trabajarla los mejores ebanistas para obtener de ella obras de arte.

Si se trataba de un hombre, solía plantar un roble o un castaño:

-Los paisanos tienen que ser recios.

Una de sus últimas intervenciones no la olvidarán los bildeanos mientras haya alguien en el pueblo para contarlo. Murió Juanita, una chiquilla de los del Ablanal, una rapacina enana que había nacido con varias enfermedades y que, según los médicos, no iba a durar mucho, pero vivió doce años.

Los padres, en lugar de llamar al cura llamaron a «Morteras», Juanita fue dada a la tierra en el hayedo donde yacían dos docenas de bildeanos y un abedul marcó para siempre su pequeña tumba. Lo que nadie sabía era que el enterrador tenía otros planes. Un vecino dio la voz de alarma una noche cuando volvía del monte y pasó cerca del hayedo de los muertos: había luces entre los árboles.

Casi todo el pueblo dejó la cama para ir a ver qué pasaba; sería la Santa Compaña que organizaban a veces los curas para meter miedo a la gente. No era tal cosa: «Morteras» había recolectado gusanos de luz, porque las hembras de estos insectos emiten destellos para atraer a los machos; durante varias noches de aquel verano y de los veranos siguientes, hasta que «Morteras» nos dejó, la pequeña sepultura de Juanita brilló en la oscuridad iluminada por las luciérnagas.

Seguiremos informando.