Queridos cofrades, señoras y señores:

Es para mí un honor personal indiscutible y me produce una honda satisfacción interior presentar en esta Cofradía que tanto quiero y que tan buenos recuerdos me depara a una persona de talla humana excepcional, a un amigo verdadero de Avilés como pocos he conocido, a un sacerdote de pro, esencial, sin cuya figura la ciudad que me vio crecer no sería la misma, faltándole la viveza de su talento creador y el ánimo gozoso de su reconocida pujanza (...).

Nació, como el Niño Dios, en un pequeño pueblo, Güesa, llevando el orgullo navarro a todos los rincones donde se instaló. Sus ojos vieron la luz el 11 de diciembre de 1923 (...). Cofrade perpetuo de El Bollo, ilustre «Adelantado de la villa» en el cultivo incesante de las tradiciones pascuales y de rancio abolengo cultural, orador fácil, de palabra profunda y conmovedora, con sentido de lo divino, humano hasta los tuétanos, prolífico escritor, abundante historiador, insigne humanista y, sobre todo, un inolvidable sacerdote: un buen cura salva el mundo, le da lo que más necesita para respirar el aire puro de las estrellas (...).

En Avilés, su segunda patria, es una leyenda viva, un recuerdo imborrable grabado en lo más profundo del corazón de quienes anhelan creer en alguien de verdad con peso propio y rumbo ascendente hacia la gloria, una estela inextinguible en el vasto planeta de los que predican con el ejemplo enriquecedor y no se apartan un ápice de la senda que lleva al infinito. Desde que le conozco, hace ya muchos años, mi estela de gratas emociones aumenta sin cesar (...).

En su presencia mi alma se llena de gozo, mi corazón asciende por los altos andamios de las flores que no se ven en la conciencia de las sombras; cuando evoco su magno testimonio de valía sin cesar, su espíritu, henchido del contacto permanente con lo trascendental, rebosante de mieles juveniles, me da aquello que necesito para seguir luchando por lo que vale, por un mundo mejor, más justo y sincero, donde el amor sea la única ley predominante y los hombres puedan vivir en paz para cumplir sus mejores sueños (...).

Su nombre es sinónimo de humildad, saber estar, no comulgar con ruedas de molino, ha sabido estar siempre y en todo momento a la altura de las difíciles circunstancias que atravesó, no vendiendo su alma por un plato de lentejas ni la primogenitura de su luenga vocación a cambio de metálicas promesas y aparentes prebendas alejadas del oficio divino (...). En un mundo dominado por el espíritu material donde el reino de Dios no tiene cabida, sobresale majestuosa su impecable trayectoria personal, siguiendo la misma ruta que llevó a otros augustos predecesores a la estrella favorable de la verdad y la vida (...).

No concibo Avilés sin don Ángel Garralda, ambos son indisociables, forman un vínculo perfecto de entendimiento para el bien y la felicidad de sus gentes. Su conducta ha sido siempre intachable, luchó contra todo lo que tenía que luchar para evitar que ganara la injusticia, esgrimiendo como única arma la palabra de Dios (...). Los que en alguna ocasión tuvieron la osadía de criticarle por defender hasta el final su doctrina fueron los mismos que acostumbran a tirar la piedra y esconder la mano, los que quieren ocupar los primeros puestos en las plazas y tocar los instrumentos por las calles porque no pueden pasar desapercibidos (...).

Pasará mucho tiempo antes de que venga, si es que surge, un hombre tan coherente e infatigable trabajador como él, agotando sus energías, salud y entrega total en el cumplimiento estricto de su sacerdocio (...). Su libro «Avilés, su fe y sus obras», extraordinario (...).