Luanco, Illán GARCÍA

El hundimiento del «Titanic» marcó un antes y un después en la historia de la navegación del siglo XX dado el alto número de fallecidos como consecuencia de la colisión que el barco, de la compañía White Star, sufrió contra un iceberg al sur de las costas de Terranova (Canadá) hace hoy cien años. El accidente se produjo a las doce menos veinte del 14 de abril de 1912 y el hundimiento del bar pasadas las dos y veinte de la madrugada del día 15. El profesor de Construcción en la Escuela Superior de la Marina Civil y experto en accidentes marítimos, Horacio Montes, repasó ayer durante una conferencia ofrecida en el Museo Marítimo de Luanco la historia de esta embarcación que partió de Southampton (Inglaterra).

El «Titanic» salió del puerto inglés el 10 de abril de 1912 con rumbo a Nueva York. Al zarpar, el mítico transantlántico dejó tras de sí una vasta masa de agua que acabó rompiendo las amarras de otra embarcación, el «New York», lo que motivó que este último casi chocara contra el «Titanic» en los primeros minutos de su viaje. Malos augurios. «Ese incidente retrasó el viaje una hora y quizá si se hubiera esperado más tiempo en arrancar, el iceberg de Terranova se hubiera desplazado; pero también cabe la posibilidad de que el "Titanic" hubiera chocado con otro iceberg», señaló Horacio Montes.

La fama del «Titanic», al margen del alto número de fallecidos, concretamente 1.517 personas, le viene dada por los pasajeros que decidieron embarcarse en esta «joya» de la navegación de la época. La prensa de la época consideró este barco como «insumergible» pero sin embargo se llevó por delante la vida de la familia Strauss, de Benjamin Guggenheim y de otras grandes fortunas británicas en tiempos de la reina Victoria. «Este terrible accidente propició que al año siguiente, en 1913, se aprobara un convenio internacional para dar seguridad a la vida humana en la mar, visto que los dispositivos de seguridad del "Titanic" fueron escasos», señaló el experto en accidentes marítimos. Pese a todo, el «Titanic» era un barco seguro, defiende Montes, que estaba preparado para inundaciones «conforme a la normativa del Ministerio de Comercio Británico».

Pese al aparatoso comienzo del viaje, la embarcación construida en los astilleros de Harland and Wolff, de Belfast, tuvo una travesía tranquila hasta que el 13 de abril, un día antes de la colisión con el iceberg, comenzaron a aparecer los problemas. «El capitán, Edward John Smith, recibió siete avisos del barco "California", que navegaba cerca de Terranova y se paró al comprobar que había más hielo del aconsejable para navegar», señaló el profesor. «Es muy conocida una frase que pronunció Smith en relación a los avisos del "California": "Manténte fuera. Cállate, estás entorpeciendo mi señal. Estoy hablando con el cabo Race (para enviar mensajes de los pasarejos a través de un telégrafo Marconi)". Pese a que los avisos del «California» fueron parcialmente ignorados, Edward John Smith decidió alterar su rumbo y giró hacia el sur. «El deshielo se había adelantado y quizás más confiado de lo normal, Smith estimó mal su posición», destacó el ponente, que insistió además en que el capitán del «Titanic» erró en algunos de sus movimientos, lo que pudo precipitar la colisión con la montaña de hielo y el posterior naufragio. Hace unos meses, otro crucero se hundía en aguas del Mediterráneo, el «Costa Concordia», que dejó una treintena de fallecidos y su fallo, en cierta medida, también se produjo por errores del capitán, Francesco Schettino. «No son comparables, el "Titanic" carecía de la tecnología actual», indicó Montes.

Minutos después del golpe con el iceberg, hacia las 00.10 horas del 15 de abril de 1912, Jack Phillips, primer oficial de radio, recibe la orden de enviar telegramas pidiendo auxilio. Y así hizo. Phillips fue uno de los primeros marinos en enviar el acrónimo «SOS» para alertar de que el «Titanic» estaba en peligro. Pasaban los minutos y seguía la angustia entre los pasajeros, hasta que pasada la una de la madrugada del día 15 se hundió la proa del barco. En definitiva, se registraron más de 1.500 muertos, la mayoría por ahogamiento o hipotermia. Tan sólo se salvaron unos setecientos.

Y precisamente, con esta historia encima de la mesa, el Museo Marítimo de Asturias inaugurará en próximas fechas una exposición en la que se intentará narrar la corta vida de este emblemática embarcación, símbolo por igual de la navegación a principios del siglo XX y de la fatalidad naval.