Marta PÉREZ

La imaginación es una de las mejores armas para combatir la crisis. En el ámbito laboral, cuando el empleo por cuenta ajena escasea, el ingenio aflora en ocasiones en forma de profesiones inusuales. En los anuncios por palabras se ofrecen en los últimos tiempos servicios de lo más sorprendente: espías, paseadores de perros, recaderos -lo mismo para ir al supermercado que a la boutique-, acompañantes de ancianos, masajistas a domicilio, y hasta sumillers. Son los trabajos «extremos» de la crisis. La respuesta que ningún niño suele apuntar cuando le preguntan «¿qué quieres ser de mayor?».

Irena Teodorova es una emprendedora nata y sabe ingeniárselas en tiempos de crisis. En su país natal, Bulgaria, era una adinerada empresaria; en Avilés acaba de montar una novedosa empresa de «teleplancha» para salir a flote. La mujer llegó a España desde su país natal, Bulgaria, hace diez años. Fue poco después de que «la privatización» -así lo explica Irena Teodorova- se llevase por delante su macroempresa textil que vendía a mayoristas de todo el país. «En Bulgaria durante el comunismo todas las mujeres iban vestidas igual: como pasa aquí ahora que dos de cada tres van de Zara», explica la mujer. «Con la caída del comunismo y la llegada de la privatización el negocio se me murió», cuenta. Irena Teodorova decidió entonces hacer las maletas y acabó en España -«un país con sangre caliente como Bulgaria», argumenta- y se decidió a montar una zapatería en San Sebastián.

El amor la trajo a Avilés hace un par de años, donde decidió continuar con su negocio de zapatos infantiles importados de Bulgaria. Aquí se instaló con su marido y sus dos hijas, Teo (la mayor) y Alex, que ha nacido en España. Pero el negocio de los zapatos no marcha demasiado bien. «No vendo muchos zapatos, la verdad. Y yo no puedo estar parada. Estuve pensando y pensando en algo que poder hacer con mis propias manos para dar un empujón», cuenta Irena Teodorova que desde hace poco más de un mes ofrece un servicio de planchado de ropa a domicilio. El negocio se llama Teleplancha Alex, «como la nena», explica la emprendedora.

«Yo en Bulgaria estaba rodeada de planchas, porque mi negocio era textil. Es algo que conozco bien», analiza. Ni corta ni perezosa, instaló al lado del mostrador de su zapatería una plancha de vapor. Y si no vende zapatos, Irena Teodorova plancha.

Ya ha conseguido algún cliente fijo. Valiéndose de una furgoneta, Irena Teodorova recoge la ropa limpia en el domicilio del cliente, plancha la ropa en su tienda, y la devuelve al día siguiente en perchas o doblada, dependiendo de la prenda. Eso sí, por menos de diez prendas no trabaja. Y de las fadas plisadas no quiere saber nada. También se ofrece a realizar arreglos de ropa, coser botones y subir bajos de pantalones. Irena confía en que algún día llegarán tiempos mejores. Mientras tanto, toca emprender con ingenio.

Francisco García es un profesional cualificado de la construcción. Su currículum rebosa experiencia en obra pública y privada en diferentes puestos desde encofrador a gruísta. «A mí me cogieron las dos crisis: la de los mercados y la del ladrillo», explica el hombre que ahora se gana la vida «a golpe de chollo» desde que la prestación por desempleó se le agotó en enero pasado. En el anuncio que ha repartido por cafeterías y supermercados de la comarca se ofrece para trabajos realacionados con su profesión, como reformas de albañilería en general, y otros muchos que nada tienen que ver con el mundo de la construcción. A saber: limpiar fincas, desbrozar montes, pasear perros, hacer la compra, acompañar ancianos o «o que pueda surgir». Francisco García (su nombre es falso porque todos estos trabajos forman parte del mercado negro) tiene 37 años y asegura que está contento de no tener una familia que mantener. Vive en casa de su madre, y va «tirando». Para lo que más lo llaman es para limpieza de fincas, aunque «con el mes de lluvias que llevamos el negocio está un poco parado», asegura.

Arantxa Alonso, auxiliar de clínica en paro, nunca ha logrado trabajar de lo suyo desde que terminó hace dos años un ciclo formativo. Ha sido dependienta de mil y una franquicias de moda y hace un mes se quedó sin trabajo. Ahora se ofrece para acompañamiento de enfermos en hospitales o de ancianos en residencias. «Muchas veces las familias están muy ocupadas y no tienen todo el tiempo que quieren para hacer estas cosas. O el anciano enfermo en el hospital sólo tiene un hijo que no puede estar con él a tiempo completo. Yo me ofrezco a echar una mano por horas», cuenta. El anuncio está ahí. De momento, no ha recibido ninguna llamada.