Después de «La Traviata» que en octubre abría el ciclo «Música en escena», la ópera volvió el sábado al Teatro Palacio Valdés, a través de otro de los títulos más emblemáticos del repertorio romántico italiano, la ópera «Lucia di Lammermoor» de Donizetti. La historia de amor y muerte entre las dos familias enfrentadas de la Escocia del siglo XVII, los Ashnton y los Ravenswood, revivió en Avilés de la mano de la compañía española de Producciones Telón. La ópera belcantista dio cita de nuevo en Avilés a un elenco de voces ya conocidas por los aficionados en anteriores representaciones y que, como es el caso de Javier Galán, forman parte de la escuela de la maestra de canto valenciana Ana Luisa Chova. La compañía levantó así, con unos medios austeros, una producción muy digna, que fue recibida felizmente por los aficionados avilesinos, apoyando con sus aplausos cada número de la ópera. Ahora que al fin han saltado las alarmas ante el futuro cultural y musical de Avilés, esta respuesta del público merece ser tenida en cuenta.

La «Lucia di Lammermoor» de Producciones Telón acentúa la atmósfera oscura y tenebrosa, típicamente romántica, que además inunda los mejores momentos de esta ópera. Lucia, rodeada de sombras, es lanzada a una espiral de sufrimiento, de vejaciones, que cada vez oprime más a la protagonista. La intensidad de los personajes de la ópera, y especialmente esa asfixia creciente por parte de Lucia, fue así otro de los aspectos a destacar del espectáculo, con Ignacio García en la dirección de escena. De este modo, la historia de amor y dolor de «Lucia» se desarrolla en un ambiente lúgubre y enfermizo, en el que, dentro de los ideales románticos, se revisita además la época medieval a partir del castillo de los Ravenswood. Así, la escenógrafa Esmeralda Díaz viste con unidad estética y gran economía de medios esta «Lucia», destacando recursos como el panel móvil a modo de síntesis arquitectónica, que trajo a la memoria el rosetón gótico del Convento y Castillo de Calatrava La Nueva, de Castilla La Mancha.

En cuanto al elenco, Javier Galán destacó en el papel de Enrico, dejando buena cuenta de su evolución vocal en los últimos años. El barítono interpretó a un Enrico solemne y vengativo, con un caudal de voz importante, de sólidos medios, si bien todavía puede lograr más matices en su línea de canto. La soprano Minerva Moliner fue el otro pilar del elenco, en la piel de Lucia, con una voz carnosa y de dramático vibrato, amplia, que se impuso en la escena de la locura del segundo acto, aunque también gustaron las partes más delicadas y expresivas de la soprano. Teniendo en cuenta las características de ambas voces, el reparto se apreció un tanto descompensado, en relación a las voces de los tenores, Marc Sala (Edgardo) -con dificultades notables en los cambios de registro- y Juan Manuel Padrón (Arturo), voces más pequeñas y más limitadas. Ángel Jiménez, en el rol de Raimondo, mostró una voz de bajo interesante que, aun con ciertas dificultades de emisión, regaló momentos de especial lucidez vocal como en el penúltimo cuadro («Dalle stanze ove Lucia»), en el que el capellán revela el estado de locura de la protagonista.

Por último, hay que destacar en esta «Lucia» el papel de la Orquesta Filarmónica de La Mancha y la labor de Francisco Antonio Moya en la dirección musical. Pocas veces escuchamos en el foso del Palacio Valdés una versión tan depurada, con una orquesta además así de equilibrada y plena, teniendo en cuenta que no llegaban a cuarenta los instrumentistas en el foso. Si Avilés demanda ópera, quizás sea preciso seguir la pista a próximas producciones líricas que pudiera ofrecer esta compañía española. El teatro musical debería seguir vivo en el Palacio Valdés.