Que todo vuelve no es una frase hecha, es la realidad pura y dura. Ya ven: en Hollywood premian al cine mudo, los gobiernos gobiernan en blanco y negro y las mujeres que triunfan, en cuanto se ponen al mando, son más duras e inflexibles que los hombres autoritarios. Ahí tienen a Angela Merkel, que parece el revival de aquella Margaret Thatcher que masacró a los mineros, duplicó la tasa de pobreza y citaba a San Pablo para decir: a quien no le guste el trabajo que tampoco coma.

Asomándome a esos recuerdos, se me aparecen, cada una por su lado, María Teresa Fernández de la Vega y Esperanza Aguirre, que me riñen no como abuelas dulces que después de una reprimenda ofrecen su regazo, en una muestra de comprensión y cariño, sino insistiendo en que el castigo ha sido benévolo para mis merecimientos.

Sigo buscando mujeres al mando y me encuentro con Rita Barberá, la diva de las alcaldesas, que por mucho que se dé un aire a la Caballé, en cuanto al volumen que desaloja y el tamaño de su sonrisa, tampoco se queda corta a la hora de repartir estacazos.

Al final, mientras discurro si esas mujeres: Thatcher, Merkel, María Teresa, Rita y Esperanza, tienen algo en común, acabo delante del televisor, un viernes al mediodía, aguantando la bronca de Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta y portavoz que, desde que llegó al Gobierno, no hay aparición pública en la que no comparezca en tono desafiante y amenazando con hundirme en la miseria.

No se lo tomo en cuenta. No sé si por ser la más joven, la última en llegar o que tiene cara de niña buena, pero pienso que ese mal genio lo expresa sin ser consciente de lo que transmite. La forma en que comunica las decisiones del Gobierno hace que realmente parezcan castigos antes que medidas para favorecernos. Estoy convencido de que adopta ese tono para desahogarse y expulsar la frustración de no poder ofrecernos cosas mejores. Bueno, y también por lo que ella misma ha dicho más de una vez: que si eres joven, mujer y, además, mides 1,50, te ven como muy vulnerable y tienes que estar siempre alerta para mantenerlos a raya.

Puedo entenderlo; de ahí que esté dispuesto a concederle un plazo no mayor de dos meses para que se serene y deje de reñirme. Sé que, allá por Madrid, la han comparado con Lisa la de los Simpson, y eso tiene que doler. No es lo mismo que te comparen con Lisa Simpson que con Margaret o Angela Merkel, sobre todo si eres la segunda de a bordo y te han elegido para gritar mande, firmes y pasar revista a la tropa de ministras y ministros sabihondos, subsecretarios, cabos con mando en plaza y diputados que nunca la vieron tan gorda.

Expulsar la energía reprimida es muy sano, pero Soraya debe entender que los ciudadanos no somos culpables de que Rajoy la haya elegido para que se encargue de lo desagradable. Debería portarse como se porta en privado, donde al parecer es amable y muy afectiva. Así es que si no se corrige habrá que ponerle el apodo que se le ocurra al primer graciosillo de turno y que no será, desde luego, el de lideresa o Dama de Hierro. Será otro más gordo, y desagradable, porque también nosotros tenemos derecho a desahogarnos.