Cuando sale alguien y veo que empieza con la cantinela de que aquí lo que hacen falta son soluciones imaginativas, se me ocurre que, dentro de nada, los coches tendrán tres ruedas. Ríanse si quieren, pero seguro que no habrán olvidado que los coches venían, de fábrica, con cinco ruedas hermosas y, por una solución imaginativa, de esas que solo discurren los que están al mando, dejaron la de repuesto como un fideo, consiguieron que la autoridad la diera de paso y hace unos cuantos años que circulan por las autopistas como si usted saliera a la calle con un zapato y una zapatilla.

Las soluciones imaginativas suelen ser eso: un diez por ciento de imaginación y un noventa de chapuza adornada por cuatro expertos que la visten de modernidad y se empeñan en convencernos de que hay que cambiar, aunque sea a peor, porque seguir como estábamos es cosa de tontos.

Hace años, charlando con un americano, recién llegado a nuestro país, me picó la curiosidad y le pregunté si creía que España se había modernizado y estaba a la altura de los Estados Unidos. Acabo de llegar, me dijo, pero respóndame a esto: ¿Ustedes son de los que todavía esperan a que les pongan gasolina en el coche o se la ponen ustedes mismos?

Por ahí van las soluciones imaginativas que, dicen, nos sacarán de la crisis. La última vez que estuve en París salí de una terminal, anexa al Charles de Gaulle, que no tenía a nadie en el mostrador, así que además de procurarte tu mismo la tarjeta de embarque también tenías que facturar tus maletas. Otra solución ingeniosa que ahorrará mucho dinero. El viajero hará todo el trabajo y se quedará sin premio.

Estas cosas ocurren porque alguien, en algún sitio, ha decidido que lo mejor es que nadie entienda nada de lo que está pasando. Decir que todo funciona mal, que no podemos seguir así y que hay que tomar medidas, por dolorosas que sean, abona el terreno para decisiones que no tienen sentido y leyes que son como inventos del TBO. Ahí tienen la flamante ley de Empleo, cuyos promotores afirman que no sólo no lo creará sino que este año habrá 600.000 parados más.

Éste era un país que, hasta hace dos días, no tenía aceras, ni calles, ni agua corriente, ni alcantarillas, ni hospitales, ni bibliotecas ni nada parecido a lo que tenían Francia y Alemania en los años setenta. Tampoco tenía industria. Tenía terreno en barbecho, barro para hacer ladrillos y un batallón de listos.

Hay personas de buena fe que, realmente, piensan que pasar de aquella nada a esto poco que tenemos fue un lujo que nos llevó a la ruina. Una hemorragia que hay que atajar, cuanto antes, con un torniquete. Apretar fuerte, hasta que duela, y luego, cuando pase el peligro, deshacer el nudo para que todo vuelva a quedar como estaba.

No se lo crean, nada volverá a ser igual. Fíjense en las ruedas de repuesto. El argumento era que las de tipo galleta ahorran peso y espacio. Cierto, pero cuando uno pincha y quiere echar mano de lo que necesita se acuerda de la madre que parió al que tuvo la idea de la rueda fideo. Pero la cosa sigue: hay coches que ya no llevan ni rueda de repuesto, llevan un kit de autorreparación de pinchazos.