Frío en el futuro de las especies jóvenes que no alcanzan cielo suficiente ni caminos dispuestos a facilitarles su firme ni sus fronteras. En lo profundo de los hombres que apenas recuerdan cómo es el fácil funcionamiento de su corazón, su bombeo constante en torno al péndulo de la salud y la armonía. Frío en las largas avenidas de este año bisiesto y acobardado. En sus esquinas hogar. En sus arboledas dormitorio. En sus alcantarillas refugio.

Frío en las salas de máquinas de los palacios de los artífices del mal y los agravios; en sus recetas con óxido de maldiciones y pólvora de las calumnias. En sus panes de hambre y egoísmo. En sus innecesarios productos ulcerados, mordaces como un turbión de cicuta y carcoma. En los vergeles que cercan sus vistosas fortunas, sus elevados negocios y promiscuos. Frío en los trébedes de la desesperanza donde se lavan muy de mañana los muchachos de las trincheras y las nodrizas que baldean los restos de la leucemia que arroya de los cadáveres impúberes. En los cuarteles donde dictaminan los eufemismos del exterminio, las alegorías de la maldad y las sinuosidades de la prepotencia y el desdén.

Frío en las arengas cotidianas de los que ocultan la verdad que manipulan como uno más de sus embustes, en los razonamientos de los insensatos abundantes, en las propuestas de los ignaros entronados, en sus aserciones alfanjes. En la desigualdad que fomentan desde que el sol se enciende sobre la Tierra, en la docilidad con que se acercan antes de disparar muy a conciencia.

Frío en las iglesias y estancias en las que rebosa el oro ingrato. En las viseras de los pordioseros. En los cuartos de los manicomios y en sus paredes arañadas por la certeza y la rebeldía desatendida. En las escudillas que mojan los labios de los rumores en cada una de sus rotaciones. En los exuberantes lupanares donde se fornica a cambio de carmín y asco. En sus biombos enmarcados con el abuso y humillación.

Frío en las regiones endebles como una promesa, agónicas como la floresta, extintas como el campesinado y el alforjero y el leñador, relegadas como el marino y el carbón, como la alfalfa y los porqueros. Frío en sus fincas enfundadas en débitos y precintos. En sus demarcaciones indefinidas y desgarradas. Frío en la realidad y en la fábula. En las miradas de los que se cruzan en el frío de la alborada. Frío en las cenas y en sus mesas desoladas. En las sábanas y en los sueños y en la confianza y en la sangre, frío.