Amaya P. GIÓN

La crisis ha derrumbado como un castillo de naipes la empresa familiar avilesina Pozo Amago, la firma de andamiajes y maquinaria que el matrimonio formado por José Antonio Amago Hernández y Pilar del Pozo moldearon a fuerza de sudor y trabajo, mucho trabajo. El empresario intenta ahogar su decepción y pesar mientras relata a LA NUEVA ESPAÑA cómo ha visto venirse abajo toda una vida de dedicación de la mano de su esposa y de sus dos hijos, Mónica y José Antonio. A sus 63 años, este empresario tan conocido por sus labores sociales (pese a que las ejerce junto a su esposa de forma callada y anónima) como por su carrera, intenta ahora salir adelante como cuando en sus tiempos de adolescente emprendió camino en el sector de las reparaciones electromecánicas. Amago Hernández y sus hijos relatan a este periódico su historia, el drama de muchos otros empresarios ahogados por la complicada coyuntura económica.

José Antonio y Pilar pusieron en marcha en 1988 la empresa Pozo Amago S. L., la fusión de Electromecánicos Amago (fundada por él en 1973) y Alquileres Pilar del Pozo (impulsada por ella en 1981). Llegaron a contar con una plantilla de 140 trabajadores, instalaciones en Miranda, el parque empresarial de la ría y el polígono de Maqua y a tener sobre la mesa un ambicioso proyecto que acabó en el tintero. «Hace ocho años empezó el declive. En 2006 teníamos entre manos un proyecto para poner en marcha siete naves para la fabricación de elementos metálicos que incluía una guardería para uso de los trabajadores en Valdredo (Cudillero). Pero empezaron los problemas y en 2009 tuvimos que desechar la idea», explica el empresario.

A José Antonio Amago se le revuelven las tripas cuando recuerda aquel día en que cuando volvía a casa tras buscar maquinaria para esas nuevas instalaciones recibió la llamada de su banco. «Me dijeron que teníamos que devolver todo el papel que nos habían adelantado. Aquello fue el principio del fin», relata.

La carga de trabajo comenzó a disminuir como consecuencia del desplome del sector de la construcción y Pozo Amago emprendió una caída en picado. Así lo explica su hija Mónica: «¿Qué ocurrió para acabar en cierre? Pues se dieron un cúmulo de circunstancias. Algunas entidades bancarias nos pusieron la zancadilla, la ley de cumplimiento de pagos no se acata, empresas que nos debían dinero entraron en concurso de acreedores, tuvimos que bajar los precios por la crisis, no podíamos pagar a nuestros suministradores y a todo esto se unió la crispación en la plantilla».

Los trabajadores de Pozo Amago emprendieron una huelga indefinida el pasado 30 de mayo apoyada por las tres centrales sindicales de la comarca: Comisiones Obreras, UGT y USO. Argumentaban que la empresa les adeudaba entre dos y tres nóminas. «La deuda a los trabajadores era entonces de un mes y medio (la huelga empezó el 23 de mayo). Teníamos carga de trabajo, por lo que confiábamos en ir pagándoles según fuésemos ejecutando obras», explica la empresaria, que de niña ya dibujaba andamios en lugar de árboles. «Pensábamos que la única solución era trabajar, trabajar y trabajar. Y nos centramos en eso. Pero si no te pagan no puedes solucionar demasiado. Creemos que podíamos haber superado el bache. Teníamos mucha previsión de obra», prosigue. Entre esos trabajos en cartera se encontraba el suministro de todo el andamiaje a unas subcontratas para la reparación de uno de los hornos altos que Arcelor-Mittal tiene en Veriña. Pero no consiguieron ejecutar ese encargo.

La falta de liquidez impidió que la empresa pudiese pagar a sus trabajadores, que emprendieron movilizaciones. «Comprendemos que ellos también tienen sus obligaciones, sus gastos, sus hipotecas. Ningún empresario quiere dejar de pagar a sus trabajadores. Dependíamos de decisiones bancarias para poder pagar. Intentamos llegar a un acuerdo con la plantilla pero no lo conseguimos. Convocaron la huelga y todo se vino abajo. Algunos clientes y bancos, temerosos, nos cerraron las puertas por completo», prosigue Mónica bajo la atenta mirada de su hermano José Antonio. «El IVA nos acabó de ahogar. Nosotros cobramos a 300 días y el IVA lo pagamos trimestralmente. Ahora no cobramos y tenemos que seguir pagando. Ese impuesto es como una soga al cuello», añade Amago Hernández.

La firma acabó acordando con los representantes de los tres sindicatos mayoritarios en la comarca presentar un expediente de regulación de empleo (ERE) de extinción de los contratos de los 47 trabajadores que permanecían en nómina. Pozo Amago está ahora en manos de los abogados y administradores. «Toda nuestra vida familiar y personal avala nuestra empresa. Lo único que me preocupa es buscar obra y hacerla», explica el progenitor, que ni por un segundo ha pensado en retirarse. Ahora trabaja como autónomo y recorre kilómetros en busca de obra. La empresa, con la única figura de José Antonio aMAGO, sigue funcionando. «No quiero ni prestación por desempleo, ni subvenciones, ni liquidaciones. Sigo trabajando. Voy allá donde haga falta. Mis hijos se están buscando la vida por su lado. Yo voy trabajando como puedo», relata el empresario, que a cada paso se topa con un nuevo obstáculo. Dicen sus hijos que lo que peor lleva este veterano empresario es ver cómo algunos a los que consideraba amigos le han fallado. Y, al contrario, lleva en el corazón «a los pocos trabajadores que han tenido la valentía de permanecer con nosotros hasta el final, luchando codo con codo».

La familia Pozo Amago intenta volver a empezar. «Lo único que sabemos hacer es trabajar. Es lo que hemos aprendido de mi padre y mi madre, y lo seguiremos haciendo», aseveran Mónica y José Antonio. Sus padres siempre les dicen: «Nunca mires atrás ni para coger impulso. Los Amago nunca se rinden».