De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Ya hemos hablado de don Luis, el maestro de Bildeo; pasaron otros, pero el maestro de este pueblo por antonomasia fue don Luis, que además está enterrado aquí. Algunos zánganos sintieron abatirse sobre sus cabezas el último tramo de una antigua caña de pescar, puntero de bambú que pasó de extractor de truchas a indicador para mapas y desasnador de jumentos; a decir verdad, aquel maestro no se caracterizó por dar palos, los pocos que dio estuvieron plenamente justificados, nada, unos simples picotazos con la punta de la caña que se abatía cual avispa sobre alguna mollera dura de roer, en la que no acababa de entrar un rayo de luz.

Los métodos de don Luis rompieron moldes establecidos y por establecer; para empezar, fue contratado en una feria de ganado, un método de selección de personal algo inusual pero de plena actualidad, con los recursos para educación y cultura bajando, el paro subiendo y el respeto a los ciudadanos olvidado por los gobernantes, demasiado ocupados en ayudar a los bancos, probitinos ellos. La escuela había sido construida por los vecinos, capitaneados por el entonces alcalde José Vicente y el maestro no era cosa del Ministerio, lo contrataba el pueblo, pagándole lo que podía, manteniéndolo en cada casa, por turno? ¡Qué tiempos! Iba a decir que ojalá no vuelvan, pero ya los tenemos aquí, por nuestra mala cabeza, por haber votado a unos políticos estúpidamente soberbios por su mediocridad.

Don Luis era maestro de carrera, vinieron otros que simplemente sabían leer y hacer algunas cuentas y ejercieron de docentes porque no hubo candidatos más preparados que exigieran menos. Todos eran conscientes de que don Luis era mucho maestro para Bildeo y escasa la soldada, pero no podían pagarle según sus merecimientos; él nunca protestó porque, sin familia a su cargo, sus necesidades eran pocas, algo de tabaco y unos vasos de vino en la cantina Casa de Francisco, para engrasar la garganta en largas tertulias.

Si se realizara una encuesta en Bildeo entre la gente mayor, la que hay, se comprobaría que, a pesar de los esfuerzos de don Luis, la cultura general está ausente casi por completo, apenas se recuerda alguna estrofa suelta de «A la escuela de la villa», o de aquella tan subversiva «El embargo», de Gabriel y Galán, escrita en un castellano que parecía asturiano.

El viejo maestro trataba de fomentar la lectura entre los chavales, inoculándoles dosis de veneno en forma de historias divertidas, sentimentales, dramáticas, pero nunca les obligó a meterse entre pecho y espalda El Quijote, salvo algunos pasajes como el de los pellejos de vino o el de los molinos de viento, que a su juicio eran más asequibles. Él prefería los relatos de Palacio Valdés, de José María de Pereda o el «Adiós Cordera» de Campoamor. En su último año magistral, sacó unas hojas recortadas de una revista y se las entregó a Ramonín, (con los años Ramón el Tumbao), que leía muy bien:

-Lee esta historia en voz alta, pronunciando bien, como para masticarla despacio. Prestad atención todos, que luego os voy a preguntar sobre lo leído.

Y Ramón comenzó por leer el título y el autor, eran unas pocas páginas. La veintena de alumnos puso atención, por lo menos al comienzo:

-«El hombre que plantaba árboles», por Jean Giono. «Si uno quiere descubrir cualidades realmente excepcionales en el carácter de un ser humano, debe tener el tiempo o la oportunidad de observar su comportamiento durante varios años. Si este comportamiento no es egoísta, si está presidido por una generosidad sin límites, si es tan obvio que no hay afán de recompensa, y además ha dejado una huella visible en la tierra, entonces no cabe equivocación posible».

NOTA: Este cuento no pretende que el lector se ponga a plantar árboles como un poseso, aunque tampoco estaría mal que lo hiciera, si estuviese en su mano; lo más importante es que respetemos la naturaleza y lo impagable que resulta nuestra aportación personal altruista mirando por ella, sin las mamandurrias (*) a las que todos parecen aspirar, invitados por las malas prácticas políticas de las últimas décadas. Le rogamos que lea la historia original, es muy fácil localizarla en Internet, verá usted lo que es un cuento en condiciones y no las macanadas de algunos ministros, como ese que cayó Del Guindo. Ahora que arden los montes a diario, que la clase gobernante lleva años perdida, sin demostrar capacidades adecuadas ni esas cualidades excepcionales del ser humano, tal vez nos venga bien algún ejemplo como el del relato.

(*): Mamandurria: salario percibido sin merecerlo. Gracias a doña Esperanza Aguirre por recuperar un concepto tan certero y tan fomentado por los partidos políticos, incluido el suyo, con la ayuda inestimable de los sindicatos.

Seguiremos informando.