Sí, créanme, no es un tópico; la Historia se repite. Lo hace en nuestras vidas y lo hace, desde luego, en los grandes acontecimientos, los que protagonizan nuestros máximos dirigentes y determinan la suerte de una nación o de un pueblo.

Les pondré un ejemplo. Existe una enorme similitud entre Mariano Rajoy y el conde duque de Olivares, el poderoso valido de Felipe IV en el siglo XVII. En ambos casos hubieron de regir un Estado sometido a una profunda crisis, a insostenibles endeudamientos, a una desigualdad social inhumana, a una desconfianza absoluta en los gobernantes y a una sensación de agotamiento en todos los campos de la vida pública. Y ambos se enfrentaron a este calamitoso panorama con medidas muy semejantes: promoviendo un fuerte centralismo, aumentando las cargas impositivas, reduciendo la competencia de los distintos particularismos nacionales que convivían en el cuerpo del Estado, mucho más hercúleos en el siglo XVII, o instaurando una visión política unificada que pretendía regenerar, desde su punto de vista ideológico, a un «alma hispana» maltrecha. Las reacciones contrarias fueron también las mismas.

En 1640, Cataluña se alzó en armas y así se mantuvo durante dos décadas de sangrientos combates y represiones de toda índole. El nacionalismo catalán es una creación de las altas jerarquías que éstas han esgrimido siempre que sus intereses económicos, principalmente fiscales, han sido atacados por un Gobierno central demasiado inquisitivo. Lo hizo la nobleza en el XVII y ha seguido empleándolo la alta burguesía catalana en el XIX y el XX. En tales ocasiones, es fácil manipular la voluntad de un pueblo que cree, esta vez sinceramente, en el destino independiente de Cataluña. Basta con elevar encendidas soflamas y abanderar los impactantes colores de la «senyera» para que las clases humildes salgan a la calle. Y cuando la presión haga efecto y el Gobierno español ceda a las exigencias de la élite catalana, la «senyera» será guardada otra vez en la caja de los truenos. Este difícil equilibrio entre el Estado central y las autonomías no es nada nuevo y el conde duque lo vivió en sus carnes. También lo ha conocido Rajoy, aunque él, por su parte, ya no puede enviar a los Tercios.