El certamen «San Agustín» de cerámica ha abandonado el formato colectivo que caracterizó sus anteriores ediciones para dedicarle una exposición individual a una figura histórica de la renovación cerámica española. «Madola», nombre artístico de María Àngels Domingo Laplana (Barcelona, 1944), que expuso en 2005 la serie «Tierras y plomo» en el palacio de Revillagigedo de Gijón, es una de las referencias de la escultura cerámica, pues, como señala Daniel Giralt-Miracle, resulta «evidente que Llorens Artigas y Antoni Cumella, como precursores, habían abonado el terreno, pero fue Madola quien acabó de dar el golpe de timón que ataría la cerámica a las experiencias del arte contemporáneo, más allá de la ornamentación y del funcionalismo».

Formada en la Escuela Massana de Barcelona, es licenciada en Escultura y doctora por la Facultad de Bellas Artes de Barcelona. Ha obtenido diferentes premios y distinciones (premio especial de cerámica de Sotheby's Londres y de la Fundación Pilar y Joan Miró de Mallorca en 1998). Es miembro de la Academia Internacional de la Cerámica con sede en Ginebra y del World Crafts Council con sede en la UNESCO de París. Su primera exposición la realizó en 1966 en el Ateneu Barcelonès y, aunque reunía platos, jarras y volutas de factura tradicional, ya apuntaba algunas transgresiones que la llevaron a posturas más radicales hasta vincularla a una modernidad escultórica con el barro como protagonista. Deudora del informalismo europeo -la presencia cercana de Tapiès tuvo gran influencia-, ha sabido mantener una fuerte personalidad creativa que le permitió acercarse a Miró, a quien dedicó su tesis doctoral, aproximarse al «minimal», flirtear con el «povera» y comprometerse con el conceptualismo sin por ello renegar del objeto. Esta hibridación de lenguajes ha enriquecido una obra que le debe todo a la tierra, pero que ha sabido jugar con el gesto y el color -negros, blancos y azules-, la caligrafía y el tachismo, abrazando la materia, pero sin perder de vista el concepto, empleando láminas de plomo o hierro, pero sin abandonar el modelado.

La exposición en el CMAE, comisariada, al igual que los anteriores certámenes de cerámica, por Ramón Rodríguez, reúne una importante selección de su obra estructurada en cuatro series: «Suite Wagner» (2011), «Aguas perdidas» (1999-2003), «Paisajes» (2008) y «Vasos sagrados» (2001-2012). Estas piezas, que interpretan una sinfonía de libertad y oficio, una fuerza geológica y un respirar geometrías, que recrean la escritura y se vuelven paisaje abstracto o vaso sagrado, ejercen una gran atracción como resultado de su vinculación a vivencias íntimas, sociales y estéticas. Los objetos de Madola están ligados a su trayectoria y resultan ásperos, sin refinamientos, alejados de la belleza y, sin embargo, tan próximos, capaces de conectar con historias que nos resultan familiares, ancestrales. En realidad, la artista se ha movido entre las formas primitivas y la búsqueda de propuestas contemporáneas, recuperando la senda que desde los primeros años de la vanguardia han venido conjugando estas dos líneas de trabajo. En su obra pictórica de la que se puede contemplar la «Suite Wagner» (2011) trabaja con la misma libertad que en sus esculturas, una mirada inclinada al informalismo de acentuada personalidad y enganchada a lo contemporáneo.

Madola ha liberado la cerámica de sus compromisos con lo funcional, pero sin caer en lo ornamental, recreando lo simbólico y desbordando la materia.