Es muy complicado ser objetivo cuando se trata de valorar, recordar o incluso revivir las propias experiencias. Solemos tener una tendencia históricamente natural a considerar nuestra época, nuestras costumbres, nuestra juventud o nuestra infancia muy por encima de la que se vive en el momento actual.

He ido viviendo, a través de los años y de forma paciente, las consabidas: «la juventud está perdida», «en mi época nos sabíamos divertir, no como ahora», etcétera. Al principio iban dirigidas a mi persona y la de mi grupo de amigos. «Ya están estos carcas, pensábamos, qué sabrán ellos de divertirse a sus años».

Pero todo llega, por suerte (no poder contarlo siempre es mala señal). Y ahora, cuando mis amistades y yo hemos entrado ya en esa edad en la que los jóvenes nos miran raro si nos disfrazamos en Carnaval, en la que se ríen cuando nos ven bailar porque nuestro estilo no tiene nada que ver con el que se lleva, ahora, inevitablemente, y aunque no hubiésemos querido caer en el tópico, nos tocaría decir aquello de «la juventud está perdida». Y en el fondo es cierto, está perdida para nosotros, que la hemos dejado acurrucada unas cuantas décadas atrás, en el semiolvido.

Porque si no nos engañase ese velo conciliador que nos tamiza la memoria, haciéndola totalmente selectiva, recordaríamos cómo eran aquellos tiempos de los años ochenta y alrededores, con pandillas que podían increparte en la calle, que se peleaban entre ellas en cualquier fiesta, incluso con navajas y los famosos «nunchacos» de Bruce Lee. Sobrevivimos a esa violencia callejera sin tener conciencia de que lo era.

Eso, por supuesto, no alivia mi preocupación por lo que pueda ocurrir en la calle a mis hijas, pero me hace reflexionar y ser más comedida en mis opiniones.

Tampoco la estética de algunos jóvenes me sorprende, no puedo considerarla extravagante o patética. Únicamente tengo que volver la vista atrás y recordar la música y la imagen de los artistas con los que bailábamos en las discotecas, totalmente entregados a su música, encandilados por su estética (aunque ahora no nos atrevamos a confesarlo). Sirva sólo como ejemplo Tino Casal, Alaska, Boney M o David Bowie.

Completen ustedes conmigo el examen de aquellos tiempos, complicados, pero felices. Y si es que hemos sido un tanto desmesurados en nuestros actos juveniles, no nos vendría mal un poco de mesura a la hora de juzgar a los otros. En cualquier campo.