Afortunadamente y gracias a la profesionalidad y la eficacia del capitán marítimo y su equipo (Sasemar, Cruz Roja, técnicos, etcétera), todo se quedó en un susto. Pero el aviso ahí está. Un caso como éste se presta al chascarrillo y al chiste fácil, pero pocas veces a reflexionar y pensar por qué se produce este tipo de accidentes en apariencia absurdos. Que se sepa, no hubo ni alcohol ni drogas por el medio. Lo que sí hubo es agotamiento, sueño y, en definitiva, lo que se conoce como estrés de navegación. Que un barco de 3.800 toneladas de carga sea autorizado a navegar con seis personas es, aparte de una irresponsabilidad mayúscula, una canallada. Someter a los marinos civiles a un régimen de trabajo de catorce a dieciséis horas diarias, con turnicidad y nocturnidad, incluidos sábados y domingos, alternando trabajo en el puerto (cargas, descargas, labores burocráticas, técnicas, etcétera), con turnos de navegación de seis horas, con recaladas, nieblas, temporales, etcétera, es una temeridad. Y lo saben tanto los armadores como los sindicatos y los gobiernos que lo autorizan o actúan como cómplices. En los tiempos que corren, las normas suelen ser papel mojado. En la mar, hace tiempo que la irregularidad es norma y la norma excepción. Confundir la productividad con la temeridad es de necios. Y los resultados ahí están: más tecnología que nunca, más convenios, directivas y decretos que nunca, pero se registran más accidentes que nunca. Algo está fallando. Estamos volviendo a los tiempos de los negreros, y todo para qué, para que vuelvan los ungidos de los dioses y los elegidos del Señor a estrujar el alma del prójimo hasta más a allá de lo humanamente posible. ¿Es eso lo que deseamos? Estamos inmersos en un proceso de degeneración progresiva, por mucho que los filósofos poéticos y los charlatanes de tertulia se empeñen en justificar la implantación de un modelo avanzado de capitalismo salvaje. Defender la generalización de conductas responsables es necesario, pero nunca debe traducirse en protección a ultranza del empresario sin escrúpulos de ningún tipo. Ya sabemos de lo que son capaces los que nos decían que había que trabajar más por menos. Permítanme que renuncie a las bondades de un sistema enfermo que intenta perpetuarse al amparo de esa máquina alternativa de poder, que en España se llama PEPOE. En este caso, el barco es inglés por los cuatro costados, sólo le falta la imagen de la reina en la bandera. Es lo mismo. Quizás una muestra más de que vamos camino de convertir las banderas tradicionales en trapos de conveniencia.

La reconstrucción de la trayectoria seguida por el «Beaumont» en los treinta minutos que preceden a la embarrancada evidencian que el oficial de guardia, de nacionalidad polaca, no se percató de lo que estaba ocurriendo, lo que vendría a confirmar que se durmió por agotamiento. Un hecho que se repite con más frecuencia de lo que podemos imaginar. El «Beaumont» navegaba a una velocidad promedio de 11,4 millas por hora y con un rumbo fijo, R=099. Datos que se pueden comprobar en http://www.localizatodo.com/mapa.

Parece obvio que en el puente de mando no había nadie más que el oficial de guardia.

En resumen, se están poniendo en riesgo las vidas, los bienes y el patrimonio natural para que unos pocos acumulen cada vez más recursos, mientras que el resto tenemos que sentirnos solidarios y cargar con las consecuencias de los desastres que generan.

El liberalismo basado en la filosofía del «que se jodan» no puede tener otra respuesta que la de «que se vayan a tomar vientos».

Ya está bien de hacernos comulgar con piedras de molino.