A finales de año publicaba mi cuarto libro de poesía, «El síndrome Kalashnikov», un poemario que plantea desde su título que la vida es una sucesión de pequeñas batallas y que debemos mostrar una actitud combativa ante esta vida que no nos regala nada. A los 30 años yo trabajaba de becaria por 600 euros al mes y nadie me envidiaba, algunos incluso me miraban con condescendencia por las horas que pasaba estudiando y el ridículo sueldo que percibía, por el que, además, ni siquiera cotizaba a la Seguridad Social. Ahora tengo un puesto fijo en un instituto de enseñanza secundaria, después de estudiar mucho para lograrlo, y me veo en la tesitura de defender mi situación como si fuera la causa de los males ajenos.

Alguien ha engañado a muchos diciendo que los funcionarios somos los causantes de la crisis, para que pensemos que los derechos de los colectivos son privilegios, y así, todos enfrentados; los dirigentes hallan una estrategia perfecta para campar a sus anchas con la política del recorte. La tijera selectiva, porque si pensamos en la amnistía fiscal, en la Corona o en la Iglesia actual parece que seguimos arrastrando los estamentos del feudalismo medieval.

No me cabe duda de que somos una sociedad aquejada por la envidia, y preferimos ver empeorar al que tenemos al lado aunque esto no nos reporte a nosotros ninguna mejora. Yo, miren ustedes, aunque soy funcionaria y consciente de mi relativa buena situación en un momento muy difícil, no me considero una privilegiada, porque nada de lo que tengo me lo han regalado, y muchos de los que me llaman ahora privilegiada podían estar donde estoy yo si hubieran sacrificado su tiempo estudiando al optar por la función pública. Privilegiados son los que llegan a ostentar cargos por el mero hecho de nacer en una familia determinada, como la familia real o los primos, hermanos, sobrinos de políticos que practican la endogamia con total libertad.

Mi destino definitivo está a una hora en coche de mi casa, porque vivo en Avilés y trabajo en el instituto de enseñanza secundaria de Tineo. Seguro que esto ya nadie lo considera un privilegio, pasar dos horas diarias en la carretera para trabajar, bajo la lluvia y a veces con nieve; eso no lo envidia nadie y cuando lo cuento, unos me miran con pena y otros con sorpresa. Sí, lo sé, los parados están mucho peor, yo también he sido parada, cobrando una prestación y sin cobrarla, he trabajado sin contrato y con contratos temporales del 25 por ciento de la jornada. Conozco de vista a todos los trabajadores del INEM, de cuando yo era parada en época de vacas gordas y a todo el mundo le iba mejor que a mí habiendo estudiado mucho menos. Sin embargo, yo no culpé a los funcionarios entonces de mi mala suerte. Y hoy, que hay más de trescientos políticos imputados por corrupción- por no hablar de sus sueldos astronómicos y de sus promesas incumplidas- los trabajadores seguimos enfrentándonos con piedra y sobre el papel, mientras ellos nos persiguen con la tijera. Y dicen que lo hacen por nuestro bien, pero -seguro que lo piensan- sobre todo por el suyo.