Riberas (Soto del Barco),

Ignacio PULIDO

«Riberas ha cambiado mucho». Lo dice Faustino Ángel Fernández, «Angelín, el de la Belía». Con 75 años a sus espaldas, ha sido testigo del devenir del pueblo: un núcleo donde, hasta mediados del siglo XX, las principales fuentes de riqueza eran la ganadería, la agricultura, los recursos forestales y el río Nalón. Hoy las labores del campo son testimoniales en Riberas. Los jóvenes del pueblo se buscan la vida, como pueden, en el sector servicios o en las industrias de la comarca. No obstante, los vecinos manifiestan un gran arraigo a sus orígenes, lo que permite que en sus barrios y calles se siga respirando la esencia de las tradiciones y las costumbres.

En 1837, la parroquia de Riberas era la más poblada de Soto del Barco. Por aquel entonces, sumaba 1392 vecinos. En 2002, tan sólo contaba con 475. Durante la última década, Riberas ha perdido 96 vecinos. Angelín presenció parte de esta debacle poblacional. «La gente se marchó a las ciudades con la llegada de la industria. Aquí se quedaron trabajando menos de una docena de personas», señala. Él trabajó durante seis años en un horno alto de Ensidesa y dos décadas en laminación en frío. Tras jubilarse a los 57 años, dedica su tiempo libre a pasear por los montes del pueblo, «sembrar algo en la huerta» y a su grandes aficiones: la talla de madera y la pintura.

El progreso llegó a Riberas de la mano del ferrocarril y de la industria asentada en la comarca avilesina. En 1953 se inauguró el ferrocarril entre Avilés y Pravia. «Mi padre, Ángel, trabajó en su construcción. Se ganaba un sobresueldo por llevar a una vaca para que realizase labores de tiro. Mientras, mi madre, Josefa, tenía un comercio en El Parador y se ganaba unas pesetas de más con el estraperlo», explica. Eran tiempos difíciles. Tiempos en los que la «fame» se mitigaba con papas y castañas. Por aquel entonces, el eje que articulaba la actividad económica del pueblo era el río Nalón. Las veigas se sembraban de maíz y fabas que luego se vendían en los mercados de los alrededores. Mientras, las familias sin tierra arrancaban al río un jornal extrayendo carbón de su fondo. «El Nalón dio mucho al pueblo», enfatiza.

Durante la primera mitad de los sesenta se ejecutaron las obras del canal de Ensidesa. A Riberas llegaron muchos trabajadores procedentes de otros lugares de España. Antonio «El Andaluz» fue uno de ellos. Sus vecinos aún lo recuerdan. «Vino a trabajar y se quedó a vivir», recuerda Angelín, quién vio por primera vez una pala durante las labores de construcción. «Quedé asustado. Apenas había salido del pueblo. Me impresionó ver como cargaba aquellas rocas tan inmensas», rememora.

Al calor del progreso, Riberas llegó a contar con siete chigres y comercios. No obstante, la bonanza fue efímera. Durante las últimas tres décadas cerraron sus puertas cinco. Ahora tan sólo permanecen abiertos «El Paraíso» y el comercio «Del Naval», famoso por sus bollinas elaboradas artesanalmente. Ángel del Naval regenta este negocio desde 1977. Su padre, Julio, lo fundó en 1955. «Aquí la agricultura se acabó. En 1960 en la veiga no había un poste donde amarrar un burro. Todo estaba sembrado. Hoy sólo hay hartos», lamenta. Su establecimiento, al igual que «El Paraíso», son los puntos con más actividad del pueblo. Su localización, al pie de la carretera AS-16, que une Soto del Barco con Pravia, los convierte en una parada obligada para muchos clientes y conductores.

David Martínez Fernández, de 26 años, es el último ganadero de Riberas. Hace una década, tomó las riendas de la ganadería que su familia posee en el barrio de Cotollano. Actualmente, atiende setenta cabezas de ganado. «Siempre me gustó, es algo vocacional», afirma el joven ganadero, quien recalca que, «si quieres trabajar en esto, tiene que gustarte». «Es un trabajo que implica muchos sacrificios», reconoce. Pintan bastos para las explotaciones ganaderas. «Hoy en día no es muy rentable. Todo está muy caro y luego los precios son de comedia», matiza. David Martínez dice que el pequeño tamaño de las fincas asturianas impide las explotaciones de 200 vacas.

-¿Es el campo una alternativa para los jóvenes sin empleo?

-Es complicado si empiezas de cero. Hoy en día sin maquinaria no puedes hacer nada. Se requiere una inversión muy elevada. Yo tuve la suerte de seguir con la ganadería de mi familia- asegura.

El río Nalón ha sido fuente de riqueza para los ribereños, pero también de sinsabores. La zona baja del pueblo vive a merced de las riadas que, al menos una vez al año, cubren todas las tierras de la veiga e incluso llegan a alcanzar a las viviendas más próximas al cauce. La mayor de las crecidas registrada durante los últimos años fue en junio de 2010. «Desde entonces, todos los años hemos sufrido alguna», explica David, que achaca este descontrol a una mala planificación en la apertura de compuertas en los embalses sitos en el Nalón y el Narcea. «Ahora llueve dos días seguidos y el río ya se desemboca. Esto antes no sucedía», comenta.

Riberas ha sido cuna de familias de indianos, cuyas casas salpican el pueblo. También ha sido lugar de reposo para genios de la literatura, como Rubén Darío o Ángel González. Refugio espiritual para intelectuales como Carmina Labra o cuna del diplomático, periodista y literato, Luis Amado Blanco. Actualmente, la parroquia sigue siendo un rincón escogido por muchas personas para disfrutar de las vacaciones. Prueba de ello es la granja-escuela de «La Bouza», por la que han pasado centenares de niños llegados de todo España e incluso del extranjero.

El pueblo ha experimentado notables mejorías desde el punto de vista urbanístico. Asimismo, sus vecinos coinciden en señalar que Riberas se salvó de los estragos del «boom» inmobiliario. «Se construyeron nuevas casas pero conserva su esencia», sostiene David Martínez. La parroquia sigue adelante sin olvidar sus orígenes. La asociación cultural «El Trichorio», creada en 1999, está embarcada en conservar la memoria gráfica, oral y escrita de la parroquia. Hace apenas unos años decidieron recuperar las fiestas de San Blas y de Nuestra Señora, el día 3 de febrero y el 15 de agosto, respectivamente. Asimismo, el pasado junio engalanaron las fuentes durante la noche de San Juan. «Los festejos se habían perdido y no queríamos que nuestros hijos creciesen sin saber lo que era una celebración en el pueblo», señala la directiva.

El futuro de Riberas se cultiva en su escuela, construida con capital indiano en 1920. Se trata de la única aula rural que sigue activa en el concejo de Soto del Barco. En ella estudian ocho niños, tres de Infantil y cinco de Primaria. María José Menéndez, maestra de Inglés en el centro, destaca la importancia de mantener vivos estos colegios. «La escuela de Riberas se integra en el CRA del bajo Nalón, integrado también por Peñaullán, Agones, Somao y Santianes. Se trata de un centro bilingüe», puntualiza. La docente afirma que los pequeños reciben una educación casi personalizada. «Es como una clase particular. Además, hay mucha unión entre ellos», comenta.

Ángelín ha comenzado una nueva talla. Iluminado con la luz de una bombilla, trabaja la madera con la precisión de un relojero. «Aquí nací, aquí quise construir mi hogar y aquí seré enterrado el día que llegue mi hora», recalca. La vida sigue su curso en Riberas.