Saúl FERNÁNDEZ

Tahití está en el fin del mundo. En el fin del mundo de los europeos. Sobremanera, en el siglo XVIII. El navegante británico Samuel Wallis fue el primer occidental en poner un pie en la playa de Papeete, que es la capital de la isla más grande del archipiélago de la Sociedad, territorio actual de la República Francesa. Sin embargo, hace dos siglos y medio aquellas islas paradisiacas formaron parte de la soberanía del Reino de España durante nueve meses, por la gracia del virrey del Perú, Manuel Amat, que había organizado tres expediciones a las tierras más lejanas del planeta «para proteger los intercambios comerciales entre los virreinatos americanos». El que habla es el avilesino Francisco Mellén Blanco, autor de «La expediciones marítimas del virrey Amat a la isla de Tahití» (Ediciones Gondo), una monografía sobre la huella española en los mares del Sur. Mellén Blanco es, de hecho, el vicepresidente de la Asociación Española de Estudios del Pacífico.

El virrey Manuel Amat ordenó a la Armada española que realizase una primera expedición al archipiélago de la Sociedad que había descubierto para Occidente el navegante Wallis en 1767. Los viajes de los hombres de Amat, explica Mellén Blanco, fueron en 1772, 1774 y 1775. Los dos primeros los comandó Domingo de Bonechea y el último estuvo a cargo de Cayetano de Lángara. «Bonechea murió en Tahití», señala el historiador avilesino y académico correspondiente de la Academia de la Historia Naval y Marítima de Chile.

«Tras Wallis desembarcó en Tahití el capitán James Cook, en 1769, es decir, dos años después de Wallis», explica Mellén. «Manuel Amat tuvo noticia del viaje de Cook, que tenía que documentar el tránsito de Venus», añade el avilesino. «La presencia de los británicos tan cerca de las costas del virreinato del Perú alertó a las autoridades españolas: podían peligrar los intercambios comerciales», continúa Mellén. De hecho, en la isla de Tahití había desembarcado también el pirata Louis-Antoine de Bougainville.

El estudio de Mellén desempolva distintos diarios de viaje de oficiales, marineros, frailes y, especialmente, de Máximo Rodríguez, que fue el intérprete que se apostó en la isla de Tahití junto a dos frailes franciscanos y un marinero: los primeros españoles que se bañaron en la orilla española de los mares del Sur.

Samuel Wallis había bautizado la isla de Tahití con el nombre de isla del Rey Jorge. Domingo de Bonechea y los suyos descubrieron, según cuenta Mellén en su estudio, «más de veinte islas, aunque hay estudiosos que rebajan la cantidad a doce», apostilla el avilesino en su nuevo trabajo de historiografía, el fruto de veinte años de investigaciones en archivos de los Estados Unidos, Perú, Chile o Australia.

Los tres viajes de los hombres de Amat tuvieron carácter secreto. «El comodoro Byron, por ejemplo, informaba de longitudes y latitudes erróneas, para salvaguardar los detalles de la expediciones», aclara Mellén. Pese a este secretismo, Bonechea se trajo al puerto del Callao cinco islas que formaron parte del Imperio español: San Simón y San Judas (actual Tauere), San Quintín (Haraiki), Todos los Santos (Anaa), San Cristóbal (Mehetia) y la isla de Tahití, que Bonechea llamó Amat, en honor al virrey del Perú, y que los ingleses habían bautizado antes como Rey Jorge.

Las islas de los mares del Sur siempre han despertado el afán de aventura de los europeos. Robert Louis Stevenson eligió Samoa para despedirse de los hombres, Paul Gauguin también murió en el fin del mundo (en las islas Marquesas). Los hombres del capitán Bligh, el comandante de la «Bounty», organizaron el motín más conocido de la historia y después fundaron una de las colonias más singulares del Imperio británico: la isla de Pitcairn, unos pocos súbditos de la reina Isabel, herederos de los traidores que dejaron en la mar bravía a su comandante.

«El diario de Máximo Rodríguez resume su tiempo en la colonia española. Hay un "affidavit" que justifica la soberanía española en la isla de Tahití. Un "affidavit" es un convenio que firmaron los españoles con los jefes tahitianos y que tuvo una duración de nueve meses. Los franciscanos no debieron de quedar contentos, tampoco realizaron bien su trabajo y pidieron dejar la colonia que habían fundado. Y entonces Tahití dejó de formar parte de España. De eso va mi libro», concluye el escritor Francisco Mellén Blanco.