La revista «El Bollo» cumple 117 años. Esta semana, la publicación que nació como órgano difusor de la tradicional fiesta avilesina y que a lo largo de su historia se mantiene fiel en sus tres pilares: ensalzar los festejos, reflejar la historia y los personajes locales y cantar a la primavera, llegará a los quioscos al precio de cinco euros. En sus tímidos inicios su precio era de diez céntimos. Las 260 páginas que este año la conforman, una vez más, las firmas de avilesinos de nacimiento o corazón, residentes en la comarca o a kilómetros de distancia de la misma, pero de cuyas plumas surgen historias de la vida del paisaje y paisanaje del entorno y, cómo no, de la fiesta.

Así, estarán presentes Julio García Maribona, Julio López Fernández, Javier Gancedo, Luis Muñiz, J. Villaprieto, María José Fasán, Tito Cantina, Alejandro Alas, José María Feito o Santiago García Castañón, entre otros muchos nombres. La lista de colaboradores es tan larga que se sitúa entre setenta y ochenta, señala su editor Benjamín Lebrato.

Los 2.500 ejemplares que están a punto de abandonar la imprenta y cuyos beneficios sirven para costear parte de los gastos de la cofradía que la publica, alcanzarán, un año más, los destinos más alejados y recónditos. Porque «El Bollo» no sólo cuenta entre sus lectores con vecinos y ciudadanos de la comarca; la revista está acostumbrada a atravesar fronteras e incluso a viajar al otro lado del Atlántico para que sobre sus páginas se depositen los ojos de muchos asturianos que miran su tierra con añoranza. También ocupa los estantes de las bibliotecas (la Nacional en Madrid, la de Asturias en Oviedo o la de Avilés), se posa en los pupitres de los centros de enseñanza y forma parte de los tesoros de más de un coleccionista.

Fundada por el doctor Claudio Luanco, presidente de la primera Cofradía del Bollo, y bajo el nombre del representativo mantecado escarchado, esta publicación festero literaria dirigida en los primeros años por los periodistas Florentino Mesa Arroyo y Juan Fernández de la Llana, nació casi a la par de la fiesta que tenía como objetivo principal el reparto comunitario del bollo dulce regado con vino tras su bendición religiosa en la misa de cofrades. El paso de los años ha marcado su evolución, sobremanera en la parte estética, pero aunque con aires renovados y un estilo adaptado a cada momento que le toca vivir, «El Bollo» mantiene su espíritu, resalta Lebrato. Uno de los aspectos que cuida en extremo desde sus primeros números es la portada, el escaparate que da pie a adentrarse y viajar por páginas llenas de relatos, historias, coplas, poesías y todo tipo de artículos tanto en castellano como asturiano, ya que el bable tuvo y continúa teniendo una presencia importante en la revista. Así, su centenaria existencia ha permitido ofrecer un amplio abanico de atractivas y vistosas primeras páginas con obras de artistas de la talla de Ignacio Bernardo, Angélica García, Sarelo, Miguel Solís Santos, Hugo Fontela, Julio Solís, Favila y una larga lista de afamados y reconocidos creadores. Y de los años veinte destacan los exquisitos y refinados dibujos de Fernando Wessenten, pintor y figurinista.

El exterior del volumen a punto de ver la luz - «y que por su grosor está más cerca de un libro que de una revista, sólo le faltan las tapas duras», apunta Lebrato-, mantiene, al igual que los últimos ejemplares, una línea moderna y figurativa y es obra de una pintora avilesina cuyo nombre el editor prefiere no desvelar hasta su presentación oficial. Únicamente apunta que incluye alguno de los elementos recurrentes de las portadas y entre los que se encuentran el mantecado, las carrozas, aspectos del folclore asturiano o diferentes puntos o rincones simbólicos de la ciudad. El color será un aspecto destacado, práctica que comenzó a aplicarse a partir de 1914, ya que hasta entonces la revista era íntegramente en blanco y negro. «El Bollo» se autofinancia por su abundante publicidad.