Myriam MANCISIDOR

Campañones vio la luz -la del alumbrado eléctrico- allá por la década de los cincuenta del pasado siglo. Aquel fue un momento histórico. Los vecinos lo celebraron por todo lo alto y aún hoy siguen organizando cada mes de junio verbenas y comidas de hermandad para conmemorar dicha efeméride. Aunque los más jóvenes apenas son conscientes del por qué de la fiesta, los que ya disimulan arrugas no se olvidan de que antes de que Campañones tuviera farolas, el pueblo era completamente distinto. Lo dibujaban calles de barro y piedra, hórreos cargados de fabas secando al sol y muchas cabezas de ganado que campaban a sus anchas.

Ahora Campañones limita con el centro penitenciario de Villabona y con el vertedero central de Cogersa. Esta es la explicación que ofrecen, no sin ironía, los vecinos de este pequeño pueblo de 32 casas perteneciente a la parroquia de Solís (Corvera) que pervive entre montañas de hormigón y lodos. Pero Campañones aún tiene posos de lo que fue. Está rodeado por grandes picos ahora con las cumbres nevadas y mira desde un altozano a la montaña central asturiana, al puerto de El Musel, gran parte de Gijón y también a extensas zonas de Carreño y Gozón. Por eso Campañones estuvo un día entre los destinos preferidos por familias que buscaban terreno para construir su residencia en un entorno tranquilo con vistas al mar.

Aunque allá por 1985 la cosa cambió. «Cogersa lo paralizó todo», confiesan los vecinos, los de toda la vida. «Aquí siempre vivimos de la ganadería y de la agricultura», asegura José Ramón Fernández, un hombre a punto de cumplir 83 años que nació y creció en Campañones. Cada día, Fernández iba hasta Gijón a trabajar: 12 kilómetros de ida y otros 12 de vuelta, siempre con madreñas. En casa tenía 23 vacas, todas de leche. Ahora mantiene dos, más por distracción que con fines comerciales. En la pequeña aldea corverana el tiempo pasa más despacio y los residentes deben buscar fórmulas para gastarlo. No hay bar, tienda de comestibles ni escuela. «Tenemos, eso sí, muchas casas rurales», apuntan sin perder el humor los vecinos en alusión a sus viviendas habituales.

En Campañones aún quedan hórreos, y caserías. Pero el número de habitantes -la población sufrió un ligero «boom» hace unos años- es cada vez menor. Apenas viven en el pueblo siete niños, que acuden a la escuela a Cancienes.

Amelia Lorenzo llegó a Campañones hace más de veinte años desde Serín (Gijón) y comparte casa con sus suegros, Esther Suárez, de 72 años y Alfredo García, presidente, a su vez, de «Amigos de Campañones», una asociación de carácter social y cultural a la que pertenecen la mayoría de los vecinos del pueblo.

«Aquí hay poca gente joven y la que hay trabaja fuera», sentencia Lorenzo, que elogia su pueblo de adopción, aunque está a disgusto con la proximidad de Cogersa. «Hay días que es insoportable vivir aquí por culpa del olor», dice. Destaca, no obstante, las vistas de Campañones con la mirada puesta más allá del vertedero central y la cárcel de Villabona y también las fiestas. Esther Suárez Bango nació en la misma casa en la que vive ahora. A sus 72 años, esta mujer cultiva la huerta y no duda en adecentar los alrededores de su casa armada de fesoria y carretilla. Su marido, Alfredo García, es natural de Gijón aunque el destino le llevó a esta parroquia corverana con apenas siete años.

Comenzó a trabajar con sólo catorce en la cantera de Cancienes y luego pasó a El Estrellín, donde cesó a los diecisiete años para desempeñar labores de ferroviario en la Renfe. Tras el servicio militar, Alfredo García volvió a trabajar de ferroviario para posteriormente pasar a formar parte de la plantilla de la extinta Ensidesa, donde ejerció labores en el taller eléctrico. Su actividad laboral no estaba reñida con su lucha política: en 1978 se afilió al PSOE. Y todo ello lo compaginaba con realizar las labores típicas de una casería.

Ahora es una de las voces críticas ante los problemas derivados por la proximidad del vertedero central de Cogersa. «El pueblo necesita una solución», subraya. «No sabemos si la instalación de una incineradora será bueno o malo, pero lo que está claro es que hay muchas en ciudades europeas: Viena, París... Allí parece que no mueren por este motivo ni las personas ni las vacas, ¿acaso somos en Asturias los más listos de Europa? Lo que está claro que aquí no hacen nada porque el vertedero afecta a Campañones. Si estuviera en otro sitio que molestara a algún "gordo" el problema seguro que estaría ya resuelto», asegura este hombre que se indigna cada vez que recuerda que el pueblo que defiende es «el basurero de Asturias». «En Gijón se están quemando lodos en una cementera y nadie protesta porque no se sabe así que no puede ser tan malo», concluye.

Alfredo García pasa de defender a Campañones de los malos olores de Cogersa a deshacerse en elogios hacia su pueblo. «Los vecinos celebramos cuatro o cinco comidas al año, festejamos el carnaval y el próximo 27 de abril entregaremos una placa a las personas que este año han cumplido ochenta años. En junio serán las fiestas, unas fiestas que se organizan cada año, aunque hubo un pequeño parón, desde que llegó la luz a Campañones», precisa este hombre, que invita a los vecinos de Corvera y a todos los asturianos a visitar el área recreativa de Campañones, la «joya» de este pequeño pueblo perteneciente a la parroquia de Solís.

Dicha zona verde cuenta con servicio de bar en verano y la previsión de los vecinos es construir ahora una terraza para que los visitantes puedan admirar el paisaje de Campañones, que se prolonga mucho más allá de Cogersa y Villabona hacia la montaña central. Por esto y por solidaridad, los vecinos se creen cada año con opciones para recibir el título a «Pueblo Ejemplar».