Es un hecho: vivimos con prisa, pasamos sin observar, valoramos sin conocer, criticamos faltos de criterio. Y estamos convencidos de lo malo, sin saber donde está lo bueno. Pero lo más relevante está en lo cotidiano, en pasear por tu ciudad y comprobar que la preocupación de la gente reside en lo ajeno. Resignados al quehacer diario como una rutina irremediable, sólo nos reconforta trasladar el problema lejos y creer que reside en Bárcenas, el devenir de Ortega Cano o el nuevo y tan necesario Sumo Pontífice. En Avilés, pueblo mío, la trascendencia de estos personajes no aportará nada, ni tan siquiera a la venta de periódicos. La actualidad siempre es pasajera y si no fueran esas noticias serían otras. A veces escuchas cómo tus conciudadanos se impregnan de determinados casos, y se ocultan detrás de una cortina de humo que sutilmente te presentan bien ornamentada, para alejarte de la auténtica realidad presente e inevitable con la que te enfrentas día a día. Ahora mismo hay pocas personas en esta villa que desconozcan el dinero que el ex tesorero del Partido Popular acumuló en Suiza, pero seguro que muchos ignoran que el billete de autobús a Salinas cuesta un euro con cincuenta. Esto sí es un escándalo incomprensible pero, bueno, hay quien no usa el transporte público y le da igual. Éste es un principio básico contemporáneo, aquello de lo cual no obtienes un beneficio personal o un servicio individual carece de transcendencia. De ahí viene, supongo, nuestra preocupación por las causas abiertas a lo largo de la geografía de este país, de la suerte que vamos a tener cuando la justicia recupere los importes malversados. Entonces todos los ciudadanos nos veremos recompensados progresiva y proporcionalmente uno a uno. O también podemos caer del guindo, armarnos de coherencia, percibir un perjuicio colectivo para la gente de nuestro entorno y, en forma de protesta, antes de pagar tres euros por ir a Raíces, si se puede, ir andando.